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Plaza Juan B. Terán

Juan B. Terán: (1880-1938), jurisconsulto e historiador; rector de la Universidad de Tucumán en 1914; presidente del Consejo Nacional de Educación en 1930; autor de El general José María Paz, Tucumán y el Norte argentino, El descubrimiento de América en la historia de Europa y El nacimiento de la América española.

Ubicada entre las calles Melincué, Cnel José O. Gordillo, Nogoyá y Juan Esteban Martinez
(Villa Real)
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Referencias

El General José María Paz (introducción)
Este estudio no podría llamarse “La vida de un guerrero: José María Paz".
Tampoco el General José María Paz y la lucha contra la tiranía de Rosas".
No es un capítulo de historia argentina, ni siquiera la biografía de un hombre público. Es simplemente el retrato de un hombre y el bosquejo de un alma. Describe la fuerza que había en él, su constitución íntima más que la obra que desarrolló y ésta es recordada como explicación de aquéllas, sobre todo. No tiene espacio, pues, el relato detallado de sus batallas, y somos muy breves en cuanto a las de la Tablada y Oncativo, dada su abundante bibliografía. Damos alguna extensión a los episodios menos divulgados: campañas de Corrientes, sitio de Montevideo, su acción después de Caseros.
Dicen los filósofos que un personaje o un suceso adquieren el derecho para entrar y exhibirse en las galerías iluminadas de la historia, cuando alcanzan fecundidad social el personaje o el suceso. Por puros que sean los móviles, por nobles que sean sus inspiraciones, bellas y hasta sublimes sus formas si no se han incorporado al caudal ordinario de la vida social, si no han roto su tersura o modificado su corriente, no son históricos. Hay por esto una diferencia de naturaleza entre la historia y la biografía. La historia excluye lo que no ha tenido repercusión o influencia y la biografía lo acoge. La biografía nos da derecho para conmovernos ante una vida sin estrella, para admirar un destino trunco a causa de que la diosa ciega, por serlo, no vio que un azar lo frustraba en la mañana del día en que llegaba su hora.
La biografía recibe a quien la historia expulsa, las porciones no históricas de una vida, a un gran espíritu que no alcanzó influencia, a una lúcida inteligencia sin auditorio, que un día la erudición exhuma y revela, un Federico Amiel, por ejemplo. Seres no históricos, pues, pueden convertirse en un documento excepcional de psicología, en un nuevo tema para el drama, en un modelo para el arte. Esto nos lleva de la mano a pensar cómo dependen el prestigio y la gloria de condiciones externas, circunstanciales y a perdernos en extrañas fantasías. Son las que han provocado las viejas suposiciones que imaginaban el cambio de la historia por un grano de arena en la uretra de Cromwell, por la dimensión de la nariz de Cleopatra.
Cuando más nos alejamos de las condiciones externas que acotan, que fijan la actuación de un personaje, es como si lo aisláramos, lo desprendiéramos de sus contornos para adueñarnos de la unicidad de todo hombre, de su vida desnuda y verdadera. Hay algunos que no soportan la operación y nos quedamos con las manos vacías, pues resultaron ser meros reflejos de las circunstancias.
Comprobamos con más de un héroe de nuestra primera época que después de haber tenido por escena las guerras de la Independencia, cuando su acción se pro longa durante las guerras internas, se encoge instantáneamente su estatura. Esto nos hace pensar en que la grandeza les venía, quizá, de haber tenido por fondo de la escena un continente, por auditorio Europa entera, pendiente del desenlace de la jornada que podía alterar el panorama mundial. En este sentido lo importante no está en haber sido soldado de la Independencia sino de la guerra civil. El sentido de orientación se muestra no en la noche con estrellas sino en la tempestad, como la virtud en la adversidad y no en la bonanza. Cuando comienzan las guerras civiles es como si en la escena de nuestra América se hubiera apagado una gran luz. Son los mismos capitanes que acompañaron a San Martín, es la misma bravura, pero las figuras se mueven en un ambiente de penumbra.
La escena, la decoración, la hora, los accidentes dentro de los cuales viven y actúan son decisivos, sin duda, para fijar la forma y el relieve que tomará la materia prima personal. Pero estos caminos, que llevan a conjeturar lo que pudo haber sido, son tentaciones peligrosas porque inducen al pecado mayor del historiador: mezclar la realidad con la fantasía. Nadie encontrará extravagante decir, sin embargo, que la historia argentina habría sido diversa a haber nacido Paz diez años antes o diez años después. Tenía Paz veinte años menos que Belgrano y que Martín Rodríguez, diez y ocho menos que Rondeau, trece menos que San Martín --los jefes del Ejército del Alto Perú. Es de todo punto probable que con más edad habría actuado en la guerra continental -la grande ambición de su juventud-, habría sido el sucesor de Belgrano o el jefe de Estado Mayor en Vilcapugio y Ayohuma, como lo fue años más tarde en la guerra del Brasil y dado a las armas de la Revolución lo que les faltó en esas acciones. No habría tenido nuestra historia la desviación que causó la pérdida del Alto Perú. Si hay algún accidente en la historia argentina equivalente al grano de arena de Cromwell o a la nariz de Cleopatra es, sin duda, "la boleadura" del caballo de Paz, en 10 de mayo de 1831, en el momento culminante de su carrera, que lo hizo prisionero por ocho años. Pre sidía en ese momento nueve de las trece provincias argentinas (Jujuy no habíase separado de Salta) y había triunfado sobre el jefe enemigo más poderoso. Hace veinte años atrájonos la figura de Paz, al azar de la curiosidad histórica. Era el autor de los tratados de 1830 entre las provincias interiores, que nos interesaron como antecedente de la organización política.
Después conocimos al "general invicto, al "gran táctico ". Pero fue la lectura de su archivo privado quien nos puso en el camino de un conocimiento más íntimo.
Entonces desaparecieron ante los ojos el táctico, el militar, para aparecer un hombre singular, un alma heroica, un genio moral. Dejó de ser una figura argentina, para ser simplemente un alma, un carácter de valor universal, un héroe de Corneille. Estas páginas se proponen comunicar la revelación.

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Tucumán y el norte argentino (advertencia del autor)
Las páginas de este libro son meramente de historia política.
No ignoro que no es toda la historia, y que oculta y obedece a fuerzas más íntimas y a razones que no se exhiben en los papeles públicos.
Pero he recordado que estaba por hacerse todavía el esclarecimiento de los datos concretos de nuestro pasado y entonces esto sería comenzar, en parte, la tarea.
Esto no obstante, es notorio que ya hay filosofías muy asertivas y garbosas sobre historia argentina. Es claro que faltando la liebre, el guiso es de puras especias excitantes y simuladoras.
Son modestas y concretas estas páginas, como el teatro y el lapso de tiempo que lo demarcan. Sin embargo, fuera tal vez un buen sistema el de las crónicas parciales preparatorias de la general, andando un camino inverso al de nuestras historias clásicas. Esas historias “clásicas” han de ser naturalmente modificadas porque ni dispusieron sus autores de todos los materiales ni pudieron observar algunas reglas de perspectiva crítica: la distancia del objeto desde luego.
Estuvieron demasiado próximos, en efecto, de los sucesos y de las pasiones que los alentaran.
Son, en cambio, admirables documentos ellas mismas, porque los discursos, los alegatos, los retratos deformados que contienen revelan la dirección, la base y la intensidad de los prejuicios con que escribieron.
La fuente de este trabajo es el archivo provincial de Tucumán, inédito casi por entero y su origen un encargo de La Nación de Buenos Aires para su edición del centenario. Es también fruto de su escudriño una monografía sobre proceso del federalismo en estas mismas décadas, del 20 al 40. Estos veinte años son de todo punto interesantes porque la vida es muy confusa y gestativa en ellos: medioeval se ha dicho.
Merece llamarse medioeval sobre todo por el desdén con que ha sido tratada y la oscuridad que la envuelve.
Salen a luz en este libro - para usar el optimismo de los escritores - personajes y sucesos un tanto ignorados, pero vulgares y segundones casi todos. Lo he advertido cuando he levantado la cabeza de los viejos papeles sugeridores y absorbentes, como cosas vivas, y comenzaban a desvanecerse las figuras magnificadas por la pasión enfermiza pero consoladora de la búsqueda.
Después, me he dicho, en el pasado como en el presente, en la historia como en el trato, es notorio que no son los espíritus más brillantes ni los más encumbrados los que nos dan un estimulo, una ilusión ó una calurosa simpatía por la vida y la historia vale sólo en cuanto nos hace comprenderla o amarla.

Tucumán, octubre de 1910.

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El descubrimiento de América en la historia de Europa (prefacio)
Las páginas de este libro, que hablan de países remotos, han sido provocadas por la preocupación de mi propio país, y es la de esta crónica espiritual de su origen, tal vez, la única enseñanza que encierran.
Investigando la historia colonial del Tucumán -- nombre de una vasta e indeterminada región argentina que descubrió el Perú -- comprendí la necesidad lógica de estudiar las ideas que presidieron la conquista y la política que la gobernó
Llegado al punto de precisar el fenómeno que pudiera llamarse la "ciudad americana" en los siglos XVI Y XVII, me pareció que era dejar de lado la raíz de los sucesos no descender hasta el Descubrimiento.
Pero el cuadro conocido del Descubrimiento era demasiado teatral: aparecía con caracteres irreales a fuerza de magnificar los "dramatis personae". Desaparecían la época, los pueblos, las ideas, todo el pasado, para dejar solamente en pie dos inmensas figuras en el desierto de la historia del Descubrimiento: Colón y la reina Isabel.
Han atraído efectivamente con violencia exclusiva la biografía del descubridor, su constancia conmovedora, su honda tristeza antes de las capitulaciones de Santa Fe, mística y exaltada al delirio después del descubrimiento y al comienzo de las injusticias, su gloria constelada de infortunio.
Luego la romántica figura de la reina, sobreponiendo su visión inspirada a fallos de concilios y juntas sabias y entregando sus joyas, según la leyenda, para costear el viaje a lo desconocido.
Es verdad, tambié, que por su fecundidad sin par, el descubrimiento de un mundo nuevo era motivo más capaz de tentar la admiración por lo grandioso propia de nuestra naturaleza. López de Gomara ya decía en la dedicatoria al emperador Carlos V, en 1552, de su historia apasionada: "la mayor cosa, después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las Indias".
De ahí las leyendas. Las que quiere arrebatar Colón la gloria porque un piloto de Huelva, de regreso de Santo Domingo, ha transmitido a aquél el secreto de su expedición, luego la del motín de los tripulantes o de la decisión de Colón de regresar después de largos días de navegación infructuosa, que Alonso Pinzón resiste, obligándolo a perseverar en la ruta.
Del motín y la reyerta con Alonso Pinzón, en la relación diaria y prolija del viaje que ha dejado Colón, no hay indicio alguno y se está inclinado a tenerlos por cuentos de Oviedo y Herrera. En 22 de septiembre, dice el diario, la gente andaba muy estimulada. En 8 de octubre, día fijado por la conseja para la sedición que quería forzar la vuelta a España, si no se encontraba tierra en tres días, dice: "la mar está como el río de Sevilla, gracias a Dios, los aires muy dulces como abril en Sevilla, que es placer estar en ellos, tan olorosos son".
En cuanto a las joyas, aun en la historia hiperbólica del obispo de las Casas, no son si no unas palabras en la entrevista de la reina con Luis de Santángel. La reina, ante el encarecimiento que Santángel hacia del proyecto de Colón, observó que era necesario esperar hasta obtener un poco de quietud en medio de las guerras, pero que si no podía esperarse tendría por bien que sobre las joyas de su recámara se buscaran dineros para preparar la armada.
Nada de todo eso miran las páginas de este libro ni las de los que, el azar favorable mediante, han de seguirle, enderezados a estudiar los orígenes americanos.
Las del presente quieren ofrecer el cuadro de los sucesos que vinculan el descubrimiento a la historia de Europa y que muestran cómo era verdad que aparte de la arribada forzosa de Cabral a las costas de Brasil, llegaba a fines del siglo XV, su hora predestinada.

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El nacimiento de la América española (prólogo)

I

Este libro es un programa, una síntesis: cada uno de cuyos términos es susceptible de convertirse, sin gran esfuerzo, a su vez, en otro libro. Quiere presentar, como un panorama, la amplitud de la materia en un solo golpe de vista. Prefiere mostrar la estructura y no la forma y el color. Es arquitectural y no pictórico. Parece que tuviera urgencia en decir la verdad que cree haber encontrado no a fuerza de rebuscar si no de pensar. Su plan es el siguiente -- El primer capítulo resume el significado del descubrimiento de América como nexo entre la Edad Media y la Edad Moderna.
El cuerpo del libro está formado por nueve capítulos. Los tres primeros esponen los factores que transformaron los elementos componentes de la nueva sociedad y fundaron así su originalidad: el medio físico, la ausencia de mujer blanca, el régimen económico impuesto por el país conquistador (Cap. II, III, Y IV).
La contra prueba de la transformación está hecha en los cap. V, VI y VII, con la desaparición de algunos rasgos esenciales de la raza que creó la sociedad americana. De rechazo nos muestran algunos de sus aspectos morales completados en los capítulos VIII, IX, Y X.
Los dos capítulos finales esbozan, el primero, la ciudad americana como testimonio en el que la conquista ha dejado su alma y el último, el "anticonquistador", expresa la vocación señalada a América en sus orígenes por una figura en quien vemos el precursor del ideal de la revolución libertadora.
Por esa página éste libro se comunica con otro que aparece simultaneamente con él, y se llama la Salud de la América Española. Mientras éste nos dice como nació la América Española, el otro, aplicando una manera "vitalista", o' "pedagógica", de ver la historia, nos advierte sobre la educación a que debe ser sometido aquél recien nacido en el siglo XVI.

II

Forma parte del plan no utilizar la opinión de historiadores modernos y atenene a los solos documentos. Buscaba, a parte de otras, la ventaja de convalecer las deficiencias del historiador en el contacto directo con las fuentes. En honor de la verdad debe decir que ha encontrado en ello, a parte de satisfacer una regla de disciplina, un motivo de placer estético.
Solamente la extrema ingenuidad iguala en seducción al arte refinado.
El cronista Techo encanta como Oscar Wilde. La belleza no está en el medio, como la verdad, si no en los extremos. El lector curioso encontrará la cita de los documentos que abonan la historia, al final de los capítulos.
Las ideas fundamentales que contiene aparecieron en la sección literaria de la Prensa de Buenos Aires, a cuya ilustrada dirección debo aquí agradecer la hospitalidad que les prestó.

III

Pido disculpa para hablar por única vez en primera persona, violando el precepto que prohibe al autor ponerse en escena. Lo hago no por motivo lírico sino pedagógico, lo que atenuará la falta.
Es este libro uno de los primeros frutos de largos estudios. He tenido por pasajera cualquier faena que los interrumpiera, y aunque fuera - y lo era casi siempre - más ruidosa o más amable - Y siéndola andaba urgido por abandonarla para volver al silencio de la meditación. Lo digo para contar la lección de ésta experiencia, ya qué metido una vez a pedagogo, se sigue siéndolo sin querer. Esta experiencia me ha dicho - y he ahí quizá la única enseñanza del libro - cuán recomendable es como norma de vida, como secreto de salud y de placer, hacerse así, con una entrañada preocupación que nos posea, un refugio espiritual, como una cabaña de piedra que no atrae las miradas del pasajero, Y sobre el que nadie tiene interés ni fuerza para echar la mano. Ya se puede salir por los caminos y desafiar las luchas, sabiendo que tenemos donde curarnos de las heridas y reposarnos en las noches.

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