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ÍNDICE
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Ubicada en Hipolito Yrigoyen y 24 de Noviembre
(Balvanera)
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EL VIOLÍN DEL DIABLO:
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Raúl González Tuñón
El violín del diablo (1926)
De Poesía reunida, Planeta, Buenos Aires, 2011.
ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
II
Lamparillas de la Kermesse,
títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.
III
Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.
IV
Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.
No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.
Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca…
V
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire…
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo…
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
VI
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
ALMACÉN
Las viejas cuerdas
de la guitarra honda o gemidora del
arrabal
sonaban.
Y junto al murallón en la calle más larga
y cargada de crónicas antiguas
—con olor a la hoja del último atentado—
cantaban los deseos de una moza
en la tristeza alegre y estirada de un tango.
Desde mi banco de almacén,
destrozaron pedazos de crepúsculos
las manos de mi alma.
El mozo aquel de la florcita roja
—con la oreja manchada de sangre—
requintado el sombrero y el espíritu
Era un reclamo de cortes y quebradas.
Me intimó a que bebiera.
Para no contrariarlo
me endulcé de una caña
amarga
como un cimarrón sin bombilla.
Y como no quería que se entrara
hasta mis pensamientos el camarada aquel
yo lo hice orilla
y estuve bordeando su silencio.
Bebimos más. De golpe
yo me salí a la noche
llevándome un pedazo de arrabal
inofensivo y trágico en los ojos.
EL CABALLO MUERTO
Medianoche. Sobre las piedras
de la calzada, hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
para que venga el carro de "La Única"
ÿ se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.
Un hermano del pájaro. Un hermano del perro.
Fue el hermano caballo, que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos,
tirando de los carros,
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.
LA ROSA BLINDADA:Libro de poesía de 1936 dedicado por Raúl González Tuñón a la insurrección —masacrada— de los mineros de Asturias (octubre de 1934).
Ir arribaEL PEQUEÑO CEMENTERIO FUSILADO
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A Luis Lacasa
Él sabe quiénes son los que renuevan el homenaje, alegoría del domingo.
Cada semana las tumbas de los fusilados aparecen cubiertas de flores silvestres.
En las cruces la intemperie comienza a desteñir los nombres.
Cada tumba se parece a otra.
Cada muerto se parece a otro a medida que el tiempo transcurre.
Hasta que un día la ceniza se comunique definitivamente entre la tierra
por los canales subterráneos de la muerte.
Sin embargo, las mujeres, como las madres de la guerra, huelen al
sepultado; van directamente a la tumba, dejan la flor y la lágrima.
A veces miran las otras tumbas como diciendo: Estáis ahí, camaradas.
Él sabe todo lo que se puede saber.
Él sabe todo lo que puede saber un sepulturero.
Que los pobres no olvidan,
que el pueblo vigila sus huesos caídos.
Que nada, ni el terror mismo vestido de obispo, ni el verdugo, ni el hambre,
pueden hacer retroceder la promesa, el recuerdo y el llanto.
A veces el sol calienta la losa.
Los insectos van a buscar su parte de muerte.
Volver al polvo quiere decir muchas cosas, seguir trabajando, oh mineros.
A veces un viento hullero trae el saludo de la mina a los desertores.
Los árboles del cementerio transmiten su mensaje enloquecido.
A veces la lluvia lava el ya oxidado adorno de níquel.
Un hilo de agua corre como la baba útil de la muerte.
En los días que siguen el cementerio registra los espléndidos llantos.
Algo queda en el aire de vital, algo queda que recuerda lo que ha de suceder,
algo queda que nos hace pensar en lo que aún no ha acontecido,
algo queda que nos relata un hecho que ocurrirá mañana.
Uno tiene ganas de gritar: ¡Vuestras mujeres no olvidan,
vuestros compañeros no olvidan,
vuestros poetas no olvidan!
De todas maneras es posible poner el oído en el caracol de la muerte.
Cómo sube la violenta marea de la ceniza.
Cómo surcan los veleros del hueso las posibilidades más remotas.
El morir por la revolución existe, es un hecho favorable.
Nosotros sabemos lo que se debe saber.
De todas maneras cada semana la flor anuncia un constante recuerdo.
Si está sola su insistente perfume se reparte y murmura:
Camaradas, vosotros estáis ahí.
LA MUERTE EN MADRID La muerte en Madrid es una de las obras menos conocidas de Raúl González Tuñón. Este poemario, que es un canto a la resistencia de los madrileños durante la Guerra Civil Española, se editó por primera vez en 1939.
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Fuentes consultadas: El violín del diablo, La rosa blindada, El pequeño cementerio fusilado, La muerte en Madrid
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