AGRONOMÍA
ALMAGRO
BALVANERA
BARRACAS
BELGRANO
BOEDO
CABALLITO
CHACARITA
COGHLAN
COLEGIALES
CONSTITUCION
FLORES
FLORESTA
LA BOCA
LA PATERNAL
LINIERS
MATADEROS
MONTE CASTRO
MONTSERRAT
NUEVA POMPEYA
NUÑEZ
PALERMO
PARQUE AVELLANEDA
PARQUE CHACABUCO
PARQUE CHAS
PARQUE PATRICIOS
PUERTO MADERO
RECOLETA
RETIRO
SAAVEDRA
SAN CRISTOBAL
SAN NICOLAS
SAN TELMO
VELEZ SARSFIELD
VERSALLES
VILLA CRESPO
VILLA DEL PARQUE
VILLA DEVOTO
VILLA LUGANO
VILLA LURO
VILLA GRAL. MITRE
VILLA ORTUZAR
VILLA PUEYRREDON
VILLA REAL
VILLA RIACHUELO
VILLA SANTA RITA
VILLA SOLDATI
VILLA URQUIZA
ÍNDICE
MENSAJES
PLAZAS DE SAN MARTÍN
PLAZAS DE 3 DE FEBRERO
PLAZAS DE SAN ISIDRO
PLAZAS DE VICENTE LOPEZ
PLAZAS DE SAN FERNANDO
Ubicada en Av. del Libertador y Av. Guillermo Udaondo
(Nuñez)
Ver ubicacion en el mapa Referencias
Flores del Aire
En el año 1893 se publica una primera edición de Flores del aire en un volumen de 32 poemas que abarcan una diversidad temática poetizada desde una retórica neoclásica. Un fuerte nacionalismo manifestado en la valoración de la naturaleza, del pasado histórico y del patrimonio cultural constituye un rasgo caracterizador de algunos poemas. Otros poetizan el tópico del amor en un discurso donde se articulan códigos románticos y neoclásicos.
Toda esta referencialidad más una temática de inspiración poética, la misión del poeta, la raza americana y sus luchas construyen una escritura con huellas clásicas, tanto en las estructuras métricas de cada composición como en el léxico de solemnidad, propio del modelo imperante en algunos sectores literarios de entonces, tanto en la producción artística como en las preferencias de lectura.
El título del libro, Flores del aire, coincide con el de un poema del volumen. Flores del aire conforma un elemento de la naturaleza local que recorre el texto por distintos poemas desde diferentes significaciones.
En primer término, y a partir del poema titulado así, Flores del aire, representa la flor humilde, parásita del tronco centenario, que nace en la montaña y cuya simpleza silvestre y belleza singular contrastan con las demás flores.
En un futuro incierto, esta flor del aire alcanzará la dimensión de lauro del poeta/que no ha nacido aún para cantar/a. De este modo, la flor se traslada del espacio real terrestre a un espacio de idealización poética donde cumplirá una función inspiradora y asumirá el protagonismo de tema poético para el poeta que logre elevarse con su palabra como un cóndor del arte.
Esta asociación metafórica permite, a la vez, el enunciado personal del deseo de la propia voz poética de constituirse en el cantor de mis montañas y de que la palabra creada coincida con el lenguaje de estas montañas, como lo señala la estrofa del final del poema:
¡Ah! ¡Si fuera el cantor de mis montañas!
¡Si mis versos tuvieran su lenguaje!
¡Si al rumor de los signos de la patria, coronaran mi sien flores del aire!
Asimismo, esta primera persona expresa el anhelo de que las flores del aire coronen su sien simbólicamente debido al logro alcanzado por una creación poética construida por himnos de la patria.
En consecuencia, Flores del aire constituye una metaforización predictiva textual con respecto a la producción artística vinculada con tópicos del paisaje catamarqueño, específicamente la montaña y la patria, rasgos configuradores de la obra de Adán Quiroga de años posteriores, donde estos temas se manifiestan con mayor intensidad.
La flor del aire es La parásita, descripta en otro poema que lleva este título. En este caso, el poema destaca aspectos constitutivos de la flor como su luz, blancura, pureza. Además, la estrofa final presenta la asociación metafórica flor del aire-alma mía:
Y es ¡alma mía! Por eso
que flor del aire te llamo,
si esparces a mi reclamo,
el aroma de algún beso.
La relación entre los poemas Flores del aire y La parásita posibilitan la apertura hacia la distinción de niveles semánticos de flores del aire: a) su significado netamente, literal; b) los alcances de su metaforización en cuanto motivo de inspiración poética, su función como tópico poético, su alcance de lauro poético; e) flores del aire = alma del poeta; d) la asociación flores del aire-palabra poética, intensificada por los alcances simbólicos de luz, blancura, pureza. Así, las flores del aire iluminan y purifican tanto la naturaleza como el alma del hombre desde su constitución como símil de poesía.
Otros poemas de Flores del aire resultan también autorreferenciales como los anteriores, por cuanto textualizan aspectos vinculados con el propio discurso poético, los motivos inspiradores, los sentimientos del poeta, como es el caso de Mi musa, El poeta y ¡Calla poeta!
La segunda edición de Flores del aire, que cuenta con el agregado de cuarenta poemas inéditos, data de 1913. Casi la totalidad de los poemas llevan fecha y corresponden a un período comprendido entre 1898 y 1903.
El libro incluye poemas con primeros premios nacionales, los cuales se caracterizan por un fuerte patriotismo enfatizado a través de recursos neoclásicos que remarcan sus rasgos épicos (9)
Además de estos poemas épicos, el volumen incluye otros poemas con estas particularidades, cuyos referentes histórico-geográficos permiten un recorrido lírico por nuestro pasado nacional y americano, desde las remotas luchas calchaquíes contra el español, con una perspectiva de solemne exaltación de valores de patriotismo, coraje y heroicidad de nuestro pueblo y sus próceres.
Pertenecen a este grupo poemas que alcanzan la dimensión de una epopeya, con voces y huellas textuales que remiten a los años de la literatura de la independencia americana.
A esta línea de exaltación de valores patrióticos se integra un grupo de poemas con una focalización ponderativa del paisaje americano, nacional y catamarqueño.
En estos poemas la construcción discursiva resulta menos rígida, más espontánea y popular, más sencilla, más liberada de las fuertes dependencias estéticas neoclásicas, de la presión intelectual de los poemas épicos y de las composiciones de la primera parte del libro. Sin duda, Adán Quiroga pudo encontrarse con él mismo, con su ser y alcanzó a manifestarlo en versos con total plenitud y con netas convicciones personales, nacionales y americanas. Dentro de estos poemas se encuentran En la sierra, Lo que dice la flauta, El río, El monte, Calchaquina, La reina-mora, El crespín, que diseñan un itinerario por nuestro espacio natural en armonía con el canto de la flauta de caña, con sus sonidos, sin metro ni rima, que celebran eglógicamente la tierra pródiga y sagrada.
Cabe destacar, dentro de dicho conjunto, aquellos poemas referentes a las aves, mediante una visión lírica de la naturaleza con proyecciones humanizadoras. Este modo de mirada de la naturaleza se disemina por distintos poemas, pero particularmente en las descripciones de pájaros. En algunas ocasiones el poema incluye la leyenda sobre el origen del ave, como el caso del crespín, una historia muy difundida en la tradición popular catamarqueña.
La relación tierra-hombre genera una visión panteísta del espacio, una concepción de éste como zona sagrada.
En otros poemas puede advertirse también el rasgo peculiar de tender hacia una construcción discursiva insertando un relato vinculado con la historia fáctica, la leyenda, la fábula o la anécdota cotidiana, característica que permite acercar los poemas a la poesía primitiva, tradicional, popular. Así, por ejemplo, El sapo y el urubú componen una fábula conocida, que relata el origen de las manchas del sapo. En otras oportunidades, el poema refiere una leyenda contextualizada en los tiempos de la conquista, como Atari!...
El poema Sobre la cumbre describe este lugar como espacio aún no explorado ni abordado por los poetas:a las cumbres
nuestros cantores jamás subieron. (p.191)
En la estrofa siguiente a los versos citados, la explicitación del yo lo consagra como poeta de las cumbres. A la vez, se manifiesta apartado del grupo de nuestros cantores, es decir, los poetas nacionales o quizás locales que aún no incursionaron por estos temas, en clara alusión también a la literatura argentina de esa época. El poema está fechado en octubre de 1898.
El yo, poeta de las cumbres, se reafirma con la expresión YO SOY que recorre el poema titulado Yo soy de aquellos...Yo soy de aquellos bardos andinos
de los cantares de mis guitarras;
de esos que saben hablar las lenguas
de los alisos de las montañas.
……………………………………….
Yo soy de aquellos a quienes dicen
los soñadores de lamontaña:
Yo soy de aquellos que se cobijan
bajo la sombra de un vuelo de águila. (pp. 193-194)
La afirmación YO SOY constituye la voz poética, personal, humana, homologable con la voz de la manifestación sagrada, revelada por la Biblia y transmitida por su palabra. Asimismo, YO SOY conforma la concreción de la visión predictiva de los versos de la primera parte de Flores del aire: un descubrimiento de sí mismo desde el hacer poético personal que opera como conexión con la propia tierra y con Dios, el resultado de un itinerario por la geografía catamarqueña y regional, de una aventura por largos caminos, sinuosos, intransitables, unidos con senderos interiores que desembocan en el centro del ser y lo iluminan, lo descubren y lo liberan.
Otro paso transformador, impulsor del cruce de este umbral, se manifiesta en la palabra. El registro del nivel léxico de los últimos poemas del libro posibilita la detección de la permanencia de términos muy cultos, la inclusión de formas latinas, coherentes con la rigidez del modelo de su educación' ilustrada, la fuerza positivista, sus lecturas, su pertenencia a un espacio socio-cultural codificado por paradigmas que rigen su formación profesional.
Asimismo, estas voces cultas debilitan su vigor, se pierden por la potencialidad de las voces genuinas, indígenas, regionales, con las que conviven y que recorren los poemas. Recuperar las voces autóctonas, propias, ya reemplazadas por nombres académicos, según la disposición de la norma imperante, enmascaradas, enterradas, pero vivas en el habla popular, rebautizadas por la poesía es otro salto liberador, reflejo de lo que ocurre con su propio ser, también encubierto, envuelto por el saber enciclopédico.
El uso de la letra cursiva y de notas a pie de página con el significado de estas voces caracterizan la inclusión del vocabulario regional.
Palabras como schulco, Llastay, atamiski, arirumas, pucara, pumpuna, quililo, chufla , entre tantas, resuenan, caminan, se diseminan por los senderos poéticos que las legitiman y las consagran con su entrada al espacio de la literatura.
Los años de producción de estos poemas (1898-1903) coinciden con viajes de Adán Quiroga por el interior de la provincia de Catamarca, movilizado por búsquedas arqueológicas, la indagación del pasado indígena, en un trazado de itinerarios por senderos de cerros y alturas, que posibilitan el encuentro asombroso con expresiones culturales visibles o enterradas, con petroglifos, con petrograbados, con lo insospechado. En estas instancias, se produce en Adán Quiroga el rescate de lo que pudo haber sido el perfil o el modo de vida soñado, a partir de la liberación de viejas presiones y una purificación mental y emocional, la apropiación de la tierra catamarqueña, ya transformada en terruño, y, la poesía como camino para iluminar el ser verdadero y la identidad.CONCLUSIONES:
Ir arriba
El análisis efectuado permite una identificación entre hacer poético y un itinerario donde el hombre, en contacto con la tierra, logra una liberación de viejos patrones culturales, a través del (re)encuentro con su raíz identitaria.
El marcado dualismo textual de Flores del aire, reflejo de la vida de Adán Quiroga, instala una tensión entre la fuerza de la herencia racional, clasicista, rígida, coherente con el modelo cultural y social donde se inserta Adán Quiroga, y una fuerza popular, tradicional, espontánea, generada a partir de sus travesías por los caminos de los cerros de Catamarca.
Dicha tensión se debilita y desestructura en el espacio poético y probablemente se extienda hacia la vida personal de Adán Quiroga, conforme con datos biográficos. Así, la alquimia de la palabra alcanza la (trans)formación del hombre por la acción de la fuerza de la tierra, la potencia de la creación artística y la magia de la palabra poética.Calchaquí (Primeros Párrafos del libro)
Ir arriba
He dedicado mis esfuerzos a estudiar la vida y la muerte de la raza que habitó las montañas de nuestro país. El trabajo ha sido más que penoso, porque del pasado solo quedan fragmentos truncos: el rastro de la planta calchaquí en la tierra catamarcana, los restos aún visibles de fortalezas y pucaraes, las huacas con el esqueleto convertido en polvo, la crónica con páginas de hielo, la tradición con vagas claridades.
En el seno de esos montes gigantescos; en las hondonadas de esas montañas, que atraviesan el suelo de la Provincia, y que espacían en el cielo sus cabezas blanqueadas por la nieve de los inviernos; en esas quebradas donde corre el torrente virgen y mora el cóndor; en esas colinas siempre verdes, los tiempos han escrito en cada roca una epopeya homérica, cuyos cantos, esparcidos a los cuatro vientos, se han perdido, desde que cesó el estrépito, de hora a hora y de minuto a minuto, de las armas del castellano, que apuntaban al pecho de la raza indomable, jamás sojuzgada sinó por la muerte, que dejaba una mancha de sangre en cada piedra y abría una tumba en cada pedazo de tierra.
La cruz en América (prólogo)
Ir arriba
LA CRUZ EN AMERICA
(ARQUEOLOGÍA ARGENTINA)
PROLOGO de SAMUEL A. LAFONE QUEVEDO, m. a.
Catedrático de Arqueología Americana en la Facultad de Filosofía y Letras
de Buenos Aires Encargado de la Sección Lingüistica en el Museo de La Plata, etc., etc.
PROLOGO
La Cruz en América es el título que el Dr. Quiroga da á su nueva contribución al estudio de las antigüedades de nuestro continente. A tal punto nos hemos empapado en la idea de que la Cruz empezó y acabó en el Calvario, que basta nombrarla para que se suponga que se trata de descubrir ó comprobar la visita de algún apóstol en el primer siglo de nuestra era. Pero nada de esto sucede; el símbolo, materia de este libro, es algo muy americano, que si procedió de algún otro continente, debió ser cientos y miles de años antes de producirse la solución de continuidad que separó las tres Américas del resto del mundo.
En su trabajo, el autor, dándonos en resumen las opiniones más autorizadas al respecto, le niega el origen cristiano á la Cruz en América; pero esto no quiere decir que ella haya sido inventada en nuestro continente, ni tampoco que en el Norte y en el Sur procedan de dos invenciones sin conexión alguna entre sí. El malogrado doctor Brinton abogaba por la independencia de origen de todos los signos simbólicos y demás que se encuentran en los diferentes países; pero Wilson< ! > opina lo contrario, y si bien concede que la Cruz es una cosa tan sencilla, que en todas partes y en todas las épocas ha po- dido descubrirse de nuevo, se niega á admitirlo en el caso del swiiastka espiral, meandros, griegas y otros adornos por el estilo. Si todo esto más bien debió entrar de afuera por migración, igual suerte pudo caberle á la Cruz; y es muy significativo que tanto en el Norte como en el Sur sea la Cruz un atributo ó un símbolo de los dioses de las lluvias y de la atmósfera, en una palabra, uno dé esos signos de una lengua sagrada que venimos rastreando en todo el mundo.
Ahora bien; si la Cruz en América simboliza algo que pertenece á ciertos dioses de su mitología, igual cosa podemos decir de la Cruz en el Viejo Mundo. Entre las naciones de la antigüedad (los Cartagineses por ejemplo) á los prisioneros, y á los criminales se les daba muerte en Cruz, víctimas por sustitución en los sacrificios humanos. Esta sustitución degeneró entre los Quichuas en conejos, llamas, y más tarde, en las fiestas del Chiquí, en hombrecillos de masa ú otro sustituto, que se colgaban en el algarrobo á cuya sombra se celebraba aquel rito. En los pueblos de Catamarca y la Rioja, las carreras que acompañaban estos juegos eran incruentas, pero en Tuama de San- tiago los corredores se hacían sangrar en la misma igle- sia y el chorro que saltaba se dirigía hacia el altar, punto en que se hallaba la Cruz.
Lo cierto es que, alrededor de la Cruz, en todas partes encontramos la idea de algún Dios representado, y si en América más bien se relaciona la Cruz con el agua y con los
(i) The Swástica, por Thoraas Wilson p. 953.
fenómenos atmosféricos, es porque en nuestro continente, la falta de agua era la que más se hacía sentir y, desde luego, era un dios de las lluvias al que había que invocar; mientras que en el Viejo Mundo, Neptuno, había tenido que ceder el lugar á Júpiter, aquél un dios acuático, éste atmosférico; pero como en todas partes al Dios de moda se le adjudicaban atributos del que dejaba de serlo, así había un Júpiter Pluvius, otro To?ians, etc.
Vemos, pues, según nuestro autor, que tanto en el Norte como en el Sur de nuestra América se encuen- tran Cruces, espirales, meandros, y otros símbolos como adornos de ídolos, vasos y otros útiles.
Por otra parte, los autores más modernos se inclinan á opinar que la raza humana desciende de una sola pareja, si bien persisten en atribuir á la evolución lo que nosotros explicamos sencillamente en las palabras del Génesis.
¿Cuál es entonces la dificultad que nos priva de conceder que la Cruz, la espiral, el meandro, el triángulo, los escalones, y tantos otros, sean símbolos de una lengua sagrada que sería propia de nuestra raza antes de la separación que produjo las diferencias étnicas de la época prehistórica?
Como dice Mortillet (1) el hombre cuaternario antiguo ó paleolítico, era cazador, nómada, sin idea, ni sentimiento de religión, en fin, parecido á nuestro Indio del Chaco; debió pues llegar un momento en que pasó á ser hombre con principios de civilización, capaz de hacer el huso con su tortero, ya para hilar, ya para sacar fuego, y al propio tiempo con voluntad
(i) Le Préhistorique, Ed. de 1900, p. 333.
de invocar á un poder desconocido que hace y gobierna todas las cosas. En América, como en todas partes, hallamos razas que fácilmente asimilan cualquier civilización, como los Mexicanos en el Norte y los Quichuas en el Sur: y otras que, apesar de todo, quedan nómadas, salvajes, cazadoras hasta el día de hoy, lo que sirve de disculpa á muchos para abogar por su exterminio.
Si hemos de estar al monogenismo, unas y otras razas proceden de las migraciones, y ya se sabe que los que emigran portan consigo lo que tienen, lo que saben y lo que creen. Si encontramos, pues una raza que vive de la caza, que viste pieles y que se defiende con armas que corresponden á cualquiera de las edades de piedra, lo lógico es deducir que la migra- ción se produjo en la época en que el país de sus antepasados se hallaba en el mismo atraso. Ahora si al contrario, nos las habernos con gentos que habitan casas, visten ropa tejida, saben procurarse el fuego y adornar sus armas y útiles con símbolos que tanto se hallan en el Viejo Mundo como en el Nuevo, lógico es también que concedamos que estos conocimientos los trajeron consigo en sus migraciones, esa familia humana que inició la civilización donde quiera que se halle.
Dice Wilson* 1 ) citando á Lubbock®: «A no du. « darlo, el hombre al principio, se extendió poco á « poco, paso á paso y año por año, por toda la redondez de la tierra, tal y como la mala hierba de Europa se extendió lenta pero seguramente por toda « la superficie de Autralia.»
(i) The Swástica f p. 982.
(2) Prehistoric Man p. 601,
Así, pues, se extendió el hombre, el civilizado como civilizado; el salvaje como salvaje; y precisamente son el huso de hilar, el de sacar fuego, y la Cruz que nos pueden señalar el curso de las migraciones.
No es mi mente establecer aquí las pruebas de que los símbolos de que se trata, migraron de Europa á la América del Norte y después á la del Sur. por- que ésto vendría con el tiempo; pero sí me intereso en hacer constar que opino con Wilson, y en contra de Brinton, que más fácil es concebir la hipótesis de derivaciones, que de invenciones aisladas en cada lugar. La experiencia nos enseña lo que le cuesta al hombre hacer lo que nunca ha visto, y tan es así que aún en América las naciones más civilizadas casi todas han estado en contacto geográfico unas con otras. En el Sur, desde Centro América hasta Chile, se suceden las naciones más adelantadas, y otro tanto se puede decir del Norte hasta llegar á la región mexicana. En ninguna parte hallamos un aislamiento de algo como lo del Perú. Si ese paralelismo del in- genio humano fuese un producto espontáneo, debié- ramos encontrar algo como un núcleo de cosas mejo- res fuera de la región consabida; pero nó: en la América, las civilizaciones se tocan unas con otras, están en las montañas, regiones que en el Viejo Mundo han dado origen á expresiones como la de nuestra palabra «cerril» , que dice poco menos que «bárbaro» . Está muy claro que la civilización americana con- traría esta experiencia europea, que la poseyó en las costas, puertos de mar y ríos navegables. ¿Qué sería lo que sucedió? La contestación se impone. En nuestro continente son arrinconamientos de algo que existió en otra parte; en dónde, se revelará algún día; hoy
sería prematuro indicar el lugar de procedencia. En todas partes vemos rastros de algo muy anterior al México de Montezuma y al Perú de Atauhualpa; pero aún ese algo pudo ser á su vez restos de continentes y adelantos perdidos.
Lo que ahora falta es un trabajo geográfico con ubicación de todos los puntos en que se hallan Cruces en ambas Américas, es decir, un mapa como el de Wilson, en su The Swastika, porque así fácilmente podremos ver cómo hay contacto geográfico entre todos los lugares que han conservado señales de este símbolo.
Una vez que entremos al estudio comparado de la simbología Mexicana y Andina, veremos que los dio- ses de los dos países se adornan con los mismos di- bujos. Por ejemplo: En la introducción de Chave- ro W tenemos una reproducción del Códice Borgiano. En ésta se representa la estrella vespertina y matutina, una figura doble cargada de símbolos, muchos de los cuales son los nuestros, como ser: los círculos con punto (Ojos de Imaimana), las escaleras con meandros ó griegas y sin ellas, y finalmente una Cruz formada (en el copete de la figura que representa el lucero) por dos símbolos muy conocidos en nuestra alfarería. Si la Cruz es curiosa, ¿qué diremos de los escalones y triángulos? Cuesta creer que sean producto de la ca- sualidad; mas si suponemos que eran símbolos de la lengua sagrada, precisamente deberían emplearse en una y otra región como atributos y emblemas del culto tal ó cual.
En la página 154 de la citada obra de Chavero, se
(i) México d través de los siglos, p. XV.
reproducen Cruces griegas, maltesas y de San Andrés, las mismas que encontramos en las alfarerías y piezas en bronce de la región de Andalgalá. Estos objetos se hallan en el Museo de la Plata, y esperan el regreso del director para sacarse á luz.
A propósito del Nahui Ollin, ó Cruz de San An- drés, que servía para determinar los equinoccios, debo dar cuenta de algo que descubrí en uno de mis viajes por la región calchaquina, y que es pertinente al asunto de que se trata, porque, la planta de la cons- trucción que voy á describir, forma una Cruz perfecta de brazos más ó menos iguales.
En el lugar llamado Fuerte Quemado, como á una legua al norte de Santa María, en la raya que divide la provincia de Catamarca de la de Tucumán, en el mismo riñon de Calchaquí, corre un filo de cerrillada que acaba en punta hacia el norte y domina la entrada al valle de Tafi, pero con todo el de Santa María por medio. En una de las prominencias de este filo se hallan levantados unos curiosos edificios: las paredes de un salón, una torre redonda y cuatro construcciones de la laja local, rodean un patio largo y angosto, guardado por el precipicio á los tres costados y sin más entrada que una garganta casi impasable al Norte.
Las construcciones á que me refiero son muy curiosas, porque constan de cuatro paredes que se levantan dejando un espacio en Cruz entre ellas, sin destino posible, porque apenas si dan paso al cuerpo. La orientación no es de Norte y Sur, sino á los medios vientos, es decir, NE., SE., NO., SO.
Como Montesinos y otros hablan de tales paredes como destinadas á determinar las horas del día, los solsticios y equinoccios, siempre he considerado que
esta ruina en cruz fuese uno de tantos intilmatanas ó trampas para cazar el Sol.
Chavero ,l) habla de la Cruz de San Andrés como símbolo de los cuatro movimientos del Sol — el Nahm Ollin —y si miramos hacia el Este los pasillos del In- tihuatana del Fuerte Quemado, forman justamente una Cruz de San Andrés. Cerca de allí estuvo el lugar llamado Ha caví arca— otro modo de escribir — Huacamarca — «la plaza fuerte de la Huaca». — El nombre y su interpretación corresponden á lo que allí existe ó existió. lil Si se acepta mi hipótesis, tenemos otra vez aquí la Cruz como medio de determinar observaciones astronómicas.
Muy significativas también son las Cruces que ocu- pan el lugar de dientes en los dos lagartos que for- man los costados del disco de bronce (fig. 71 B) de Andalgalá. La figura central es un ser antropomorfo que yo identifico con Huiracocha, el dios acuático de los Quichuas.
Sabemos que la Cruz en México significaba «el dios de las lluvias» , como dice Chavero, W y lo mismo sig- nifica en la región Calchaquí. Esto lo demuestra muy bien Quiroga, quien llegó á tener este convencimien- to sin conocer el trabajo que acabamos de citar.
En todos estos lugares existía una cierta cultura, y así vemos que la Cruz servía para determinar el Dios del culto que se celebraba. Orlando esta región an- dina y hacia el Este, en los llanos, merodeaban las naciones de Mocovís, Abipones, Tobas y otras de las
(i) México d través de los siglos, t. I, p. 145.
(2) Rápidamente desaparece todo, y muy en breve no quedará más rastro que los apuntes de mis carteras.
(3) ">¡d, P. 3 82 -
llamadas Guaycurús ó Frentonas. Los Indios éstos y sus Machis ó Hechiceros verían cómo las naciones Diaguitas veneraban la Cruz y la empleaban en sus ceremonias. Los otros, raza de Jurís ó nómadas, no comprenderían bien aquello de símbolos de una lengua sagrada, pero se harían cargo que la Cruz encerraba algo bueno en sí y la adoptarían como amuleto. Así, pues; en el siglo XVIII, los Indios Abipones se hacían tatuar unas cruces en medio de la frente, como se puede ver en las láminas de la obra de Do- brizhoffer que de ellos trata.
En el siglo pasado y hasta el presente, estaba y está una India Toba en el Asilo de Huérfanos, en Buenos Aires, con una Cruz muy bien tatuada en medio de la misma frente. En el ejemplo Abipón, la Cruz (griega) está formada por dos líneas que se cruzan; en el moderno es el espacio que forma la Cruz, y son los tatuajes que la perfilan. Por lo que he podido averiguar, son las mujeres que se adornan con tinta indeleble, como nuestros marineros; mientras que los hombres sólo se embijan con coloretes que desaparecen con el lavado.
He notado en algunas urnas calchaquinas, de las que se adornan con pinturas antropomorfas, una crucecita griega en el punto que corresponde á la frente, tal y como las hallamos en las caras de las bellas abiponas; estas indias, según el artista de Dobriz- hoffer, todo son, menos indias del Chaco; pero en cuanto al tatuaje podemos asegurar que es una fiel reproducción de lo que viera el misionero Jesuíta en sus correrías. Ni por un sólo momento insinúa él que se trataba del símbolo del cristianismo.
Otra cosa quiero hacer notar y es la abundancia de la Cruz en los objetos de alfarería en la región
calchaquina propiamente dicha, y su escasez en los demás lugares del Oeste de Catamarca. Hay que confesar que el tipo de aquellos objetos es muy distinto del de éstos, al grado, que hace sospechar que puedan corresponder á otra raza y á otro rito.
En Andalgalá los vasos más hermosos ostentan figuras draconianas. Tinajas del tipo Santa María, de las que tantos ejemplos da el doctor Quiroga, no se han encontrado al Sur del Atajo, con dos excepcio- nes halladas en Choya, una aldehuela dos leguas al N. O. del Fuerte, pero aún éstas carecen de las fajas negras de los costados que son el distintivo de las de Calchaquí. Al hacer esta excepción hay que acordarse que á Choya, ó sea Ingamana, fue expatriada una de las tribus del valle de Calchaquí, en el siglo XVII, y allí se han conservado. Aquí, empero, nos sale al encuentro una nueva dificultad: existen ruinas de pueblos de indios en las faldas, mientras que los Ingamanas fueron colocados en el llano.
Así es todo lo que se presenta en Calchaquí y los valles anejos. Cuesta creer que las vastas ruinas hayan pertenecido á los indios que hallaron los españoles. Los Misioneros no se acuerdan de nombrar esos sorprendentes entierros de numerosas urnas, nuevas todas, y que deberían responder á algún rito de la mitología local. Durante cientos de años las crecientes han estado dando cuenta de estas huacas, y los coleccio- nistas han destruido más que lo que han logrado para vender.
Los descubrimientos de Ambrosetti en Tafí, también indican algo que si no es de una colonia pe ruana, corresponde á esa civilización anterior, en pos de la cual andamos todos.
Cuando una vez se abre algún capítulo en la his-
toria de los descubrimientos arqueológicos, nos vienen á la memoria cosas que hemos leido, y á que no dimos mayor importancia.
Más de una vez me llamó la atención aquel incidente en la entrada de Juan Núñez de Prado, cuando él puso á los indios de Santiago bajo el amparo de la Cruz. En la parada que hizo no pudo haber convertido á esos indios al cristianismo porque no le alcanzó el tiempo. Hoy que sabemos que la Cruz se hallaba diseminada en los objetos de alfarería, y otros, se comprende que Prado no hizo más que utilizar una veneración que ya existía por el símbolo. (*)
Muchos habrán creído que la noticia de Lozano carecía de importancia; pero después se ha visto que el tal hecho consta en documentos hoy del dominio público.
El año 1896 el doctor José Toribio Medina publicó en Santiago de Chile la información levantada por Juan Núñez de Prado en su recién fundada ciudad del Barco, y marzo de 1551, poco antes de trasplantar la misma de su asiento en los llanos de Tucumán, al que después se le dio en los valles de Calchalquí.( 2) En la 8. a pregunta se dice lo siguiente:
«8 — ítem si saben que estando el dicho capitán « Juan Nunez de Prado poblando en esta ciudad^ 3 ) « envió á Martin de Rentería, alcalde, con hasta « veinticinco ó treinta hombres que fuesen á conquistar é descubrir la tierra por ver lo que había
(i) Santiago era una colonia de los valles calchaquínos.
(2) No se precisan los puntos por estar su ubicación aún en tela de juicio.
(3) El Barco.
«en ella, el cual fué y llegó á Macherata y Colla- '■■ gasta y Mocata, que es cuarenta é cinco leguas de « esta ciudad é ahí en Ligasta é Thomagasta é vio « otros muchos pueblos e los cuales tomó posesión
< en nombre del dicho capitán Juan Xuñez de Prado, r é de la dicha ciudad, poniendo cruces en los dichos
pueblos, haciendo entender á los caciques é indios que v aquellas se ponían para que si viniesen cristianos,
< supiesen estaban en paz é no les hiciesen mal ni « daño, ni tomasen sus haciendas, ni mujeres, ni hijos, i los cuales quedaron muy contentos en haber lo susodicho*® « é paz con los cristianos, sirviéndoles muy bien». (Tiraje aparte pp. 1 y 5.)
La pregunta í.) relata como en seguida salió Prado á recorrer lo visitado por Rentería y algo más, y con- tinúa así:
«E habiendo salido de esta dicha ciudad con veinte « e ocho hombres que consigo llevaba, un día que se
< se contaron diez de Noviembre del año pasado de « quinientos é cincuenta años, estando alojado junto
< al pueblo de Tepiro' 1 ' un cacique que llevaba consigo de Tucumán ,á ) que le había salido de paz, le « dijo como en el pueblo Thomagasta' 3 ) había cristianos, que eran cinco leguas más adelante; é sa-
t bido por el dicho capitán Juan Xuñez de Prado, « luego procuró de que se tomasen algunos indios para saber que gente era, y luego se tomaron dos ó tres indios los cuales dijeron que en el dicho pueblo de Thomagasta habia cristianos é que habían
(i) Las cruces, se entiende.
(2) Tepiro y Tuamagasta, pueblos de Santiago del Estero, aquel al Norte, éste al Sur.
(3) Sin duda error por Atacama cerca de Rio Hondo. Véase p. 33.
« estado alanceándolos é robándolos é derrocando « la cruz que estaba puesta, é no embargante que los « indios les hacian cruces, como les habían dicho. « no dejaban de matarlos é robarlos é les habían « hecho otros muchos malos tratamientos, etc.»
Ibid. p. 5.
Llamado Martín de Rentería, depuso que todo esto era así, y al proseguir con la pregunta 9 agregó que había:
«Oido decir á Pedro de Rueda é á otras personas « que venían con el dicho Villagrán, como habian « entrado alanceando los dichos indios de Thoma- « gasta llamando á la cruz qtie estaba puesta garabato, « diciendo: que garabatos tienen aquí puesto los de « Tucumán etc.» Ibid p. 14.
Es curioso que el Padre Dominico, Alonso Trueno, nada diga de las cruces, lo que demuestra que no fué él que las planteó.
Este documento no se conocía cuando el doctor iVndrés Lamas publicó su edición de la historia de la conquista por el P. Pedro Lozano S. J. y, por esta causa no se dio la importancia que merecía á la noticia que de ello nos diera el famoso Padre. Sus palabras son estas:
«Prado, cuyo celo debemos siempre alabar, por lo « que se esmeraba en adelantar los negocios de « la fe con la autoridad y con ser ejemplo entre es- « tos indios, en cuyos pueblos apenas sentaba el pié, « cuando en piedad cristiana hacia enarbolar cruces, « para que los bárbaros las adorasen.... con cuya « diligencia cobraron las bárbaros tal estimación de « la Santa Cruz, que hasta los mismos ge?itiles la véne- ta raban por el mayor de stis ídolos.» Historia de la Conquista, t. IV., p. 128. Ed. Lamas.
En su historia, el autor, refiere este episodio como si correspondiese á los meses posteriores al incidente con Francisco Villagrán en Tuamagasta, pero de la información del año 1551 se desprende que esto se hizo desde el primer momento de la entrada.
El nombre de «garabatos» que la gente de Villagrán daban á estos signos de la Cruz, y la ninguna mención que de ellos hace el Padre Trueno en su declaración nos ponen en el caso de sospechar,que él no estaba muy convencido de la eficaz fe cristiana de los indios en este símbolo, cuando acudían á su amparo.
Por otra parte, no se halla ninguna referencia, ni en Barcena ni en Techo, ni en ninguna de las cartas anuas, á estas Cruces del arte Calchaquí, y no obs- tante, como se ve en las colecciones y en los numerosos ejemplos citados y reproducidos por el doctor (Juiroga, no hay signo que se presente con más frecuencia que este de la Cruz.
Ya hace algún tiempo que había yo reunido algunos ejemplares de la Cruz en la alfarería, para un estu- dio sobre el simbolismo de la región calchaquina, que permanece aún inédito; allí hacía notar que se relacionaba el signo este con los dioses acuáticos y con el agua, mas nunca llegué á identificarle con el suri y con el sapo.
La identidad del suri (el avestruz americano) y de la Cruz en todo lo que se refiere al agua, puede decirse que ha sido descubierta entre nosotros por el doctor Ouiroga, y seguramente es una de las partes más interesantes de su trabajo. Después que el doctor Quiroga llamó mi atención á los locos gambeteos del suri, cuando está por llover, he tenido ocasión de observar una de estas aves, y he notado que es el mejor de los barómetros. Los movimientos excéntri-
cos de alas, patas y pescuezo, reproducen las figuras que se notan en los pucos^ y tinajas, y no hay pos- tura que se advierta en éstas, por violenta que sea, que no la veamos también en el ave en vida, cuando está por llover. Valiéndome de la advertencia de mi amigo, más de una vez en este año (1901) he adquirido fama de buen profeta de lluvia. Siendo, pues, la Cruz, como muy bien dice Quiroga, el símbolo del agua ó de la lluvia, y observando los Machis ó He- chiceros, la conducta de los suris en vísperas de la lluvia, lo más natural era que se pintase lo" uno con lo otro. Lo del sapo se impone, y la sustitución de uno de estos símbolos por el otro, es una de las pruebas más satisfactorias que nos ofrece el autor de que la Cruz, con el suri ó sin él, es llamativa del agua.
Por lo que hace á la serpiente y su simbolismo, creo que también acierta Quiroga. Me consta que el vulgo nuestro, cree que una víbora en un lugar, en tiempo de tormenta, basta para hacer que allí caiga rayo; y un lindo espécimen que reservaba para un amigo naturalista en un rancho de mi hacienda fué destruido y arrojado lejos porque empezó á tronar, y los dueños de casa temían ser víctimas del rayo, si no se deshacían del incómodo huésped, que no necesitaba estar vivo para perjudicar.
Como no es posible dudar ni por un momento del origen americano de la Cruz, en general y también en la región de Calchaquí, por el modo como se presenta y las combinaciones en que entra, justo es que tratemos de darle el lugar que le corresponde en el
(i) Pucos escudillas ó tazas.
simbolismo de la mitología de nuestro hemisferio; y á esto se dedica con todo empeño el autor en su obra. Se ha comprobado su existencia como símbolo sagrado: se ha visto que, no en todas partes se presenta en la misma forma; que en una es atributo de un dios tal ó cual, que en otra es adorno de un vaso sagrado; así designamos las urnas que acompañaban á las inhumaciones de los cadáveres en Calchaquí. Hay pues que establecer y distribuir estas diferen cias regionales que tanto nos ayudarán á dar al símbolo su completo, si bien multiforme significado.
Es de esperar que en seguida alguien emprenda uno ó más trabajos tendentes á dar á conocer todos los ejemplares de la Cruz en Calchaquí que se hallan en las colecciones públicas y particulares, teniéndose especial cuidado de distinguir entre los de un distrito y los de otro, porque hasta entre éstos suele haber bastante diferencia.
Digna de toda atención también es la forma en que la Cruz aparece en la famosa lámina del Yam- qui Pachacutic, clave tan preciosa para la arqueología del Sur como lo ha sido el alfabeto de Landa para la del Xorte.
No es este empero el lugar de hacer una disertación sobre aquella interesante y sugestiva lámina. El trabajo del Dr. Quiroga la da á conocer para que todos puedan juzgar de su importancia con la reproducción del original á la vista. Yo mismo utilicé muchos de sus datos en mi artículo sobre los Ojos de ¡maimona, publicado en el t. xx del Boletín del Instituto Geográfico. Estos dibujos nos dan á conocer que existía un simbolismo con signos reconocidos, y fundándome en ésto, y en la universalidad de muchos de ellos en nuestro Continente, es que no trepido en ha-
blar de una lengua sagrada con simbología bien conocida tanto en el Norte como en el Sur.
Acordémonos también que nosotros estamos apro- vechando sólo los restos de riquísimos antecedentes. Miles de MSS. se destruyeron en el Norte, miles de ídolos y otros objetos por el estilo en el Sur; pero con todo eso en una y otra parte encontramos esas Cruces, esos círculos con puntos, ó sean Ojos de Imaimana (1) , escaleras, algunas con asta banderas, trián- gulos con espirales ó griegas y sin ellos, triángulos solos, conos, meandros ó griegas de todas formas y complicaciones, serpientes, dragones horrorosos, algunos con caras antropomorfas, otros con dos ó más cabezas; en fin todos esos signos que algo indican y que tanto abundan en la alfarería y otros objetos de nuestra región andina del Norte. Todo esto hay que aprovechar en una serie de publicaciones como la del Dr. Adán Quiroga, quien con singular abnegación ha dedicado tanto tiempo y buena parte de su fortuna en coleccionar los objetos que le han servido de base para este estudio.
Digno de todo elogio es el trabajo con que el autor ha iniciado el nuevo siglo, y sépase que muchos de los objetos han sido exhumados por él en los pro- pios yacimientos. Lo que ahora se publica no es más que un fragmento de sus investigaciones, y puedo asegurar que su colección del Folk-Lore y de los Petroglifos de aquella región es tan importante como sus descubrimientos acerca de la Cruz, si no los supera.
Una vez más debemos protestar contra esas des-
(i) Imaimana — Todas cosas. González Holguin in voce.
trucciones por mayor de los yacimientos que contienen estos rastros de la prehistoria de nuestro país. El único modo de evitar el comercialismo que ha invadido á los colectores sería el no aceptar colección alguna que no viniese con los credenciales de cada objeto y de su descubrimiento y ubicación, y que estos fuesen á satisfacción de peritos en la materia; pues nuestros Museos hoy poseen datos que permiten esta clase de exigencias.
Sólo el amor á la ciencia del Dr. Quiroga pudo ponerlo en posesión de todo aquello que le ha servido para concebir la idea de este libro, y mucha abnegación para escribirlo en los momentos de ocio que le dejaban sus tareas en la Corte de Justicia de Catamarca de la que era y es uno de los Ministros. Sus vacaciones las pasaba en Calchaquí, sus noches interpretando libros en otros idiomas, y así, á 300 leguas de la casa editora, ha podido llevar á feliz término su trabajo La Cruz en América.
Samuel A. Lafone Quevedo.
Kl Museo, La Pinta, Agosto 21 de 1901.
Fuentes consultadas:
ADRIANA NOEMÍ CORONEL
GRACIELA BEATRIZ CORONEL
FACULTAD DE HUMANIDADES -U.N.CATAMARCA
|