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ÍNDICE


MENSAJES


 
plazas del gran buenos aires  

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PLAZAS DE 3 DE FEBRERO

PLAZAS DE   SAN ISIDRO

PLAZAS DE VICENTE LOPEZ

PLAZAS DE SAN FERNANDO

 

Plazoleta Evaristo Carriego

Evaristo Carriego: (1883-1912), poeta; autor de Misas herejes, Íntimas y Los que pasan.

Ubicada en Charcas entre Guise y Av. Cnel. Diaz
(Palermo)
Ver ubicacion en el mapa

Plazoleta Evaristo Carriego

Plazoleta Evaristo Carriego

Plazoleta Evaristo Carriego

Plazoleta Evaristo Carriego

Plazoleta Evaristo Carriego

Plazoleta Evaristo Carriego

Referencias

Misas herejes de Evaristo Carriego
Misas herejes
Evaristo Carriego

Viejos sermones

Por el alma de Don Quijote
Con el más reposado y humilde
continente,
de contrición sincera; suave, discretamente,
por no incurrir en burlas de ingeniosos
normales,
sin risueños enojos ni actitudes teatrales
de cómico rebelde, que, cenando en
comparsa,

ensaya el llanto trágico que llorará en la
farsa,
dedico estos sermones, porque sí, porque
quiero,
al Único, al Supremo famoso Caballero,
a quien pido que siempre me tenga de su
mano,
al santo de los santos Don Alonso Quijano
que ahora está en la Gloria, y a la diestra

del Bueno:
su dulcísimo hermano Jesús el Nazareno,
con las desilusiones de sus caballerías
renegando de todas nuestras bellaquerías,

Pero me estoy temiendo que venga algún
chistoso

con sátiras amables de burlador donoso,
o con mordacidades de socarrón hiriente,
y descubra, tan grave como irónicamente,
-a la sandez de Sancho se le llama ironíaque
mi amor al Maestro se convierte en
manía.

Porque así van las cosas; la más simple
creencia
requiere el visto bueno y el favor de la
Ciencia:
si a ella no se acoge no prospera y, acaso,
su propio nombre pierde para tornarse
caso.
Y no vale la pena (no es un pretexto fútil
con el cual se pretenda rechazar algo útil)
de que se tome en serio lo vago, lo ilusorio,
los credos que no tengan olor a sanatorio.
Las frases de anfiteatro, son estigmas y
motes
propicios a las razas de Cristos y Quijotes
-no son muchos los dignos de sufrir el
desprecio
del aplauso tonante del abdomen del necioen
estos bravos tiempos en que los
hospitales
de la higiénica moda dan sueros
doctorales...
Sapientes catedráticos, hasta los
sacamuelas

consagran infalibles cenáculos y escuelas,

de graves profesores, en cuyos diccionarios
no han de leer sus sueños los pobres
visionarios...
¡De los dos grandes locos se ha cansado la
gente:
así, santo Maestro, yo he visto al reluciente
rucio de tu escudero pasar enalbardado,
llevando los despojos que hubiste
conquistado,
en tanto que en pelota, y nada rozagante,
anda aún sin jinete tu triste Rocinante!
(Maestro ¡si supieras! desde que nos
dejaste,

llevándote a la Gloria la adarga que
embrazaste,
andan las nuestras cosas a las mil
maravillas:
todas tan acertadas que no oso a
describillas,
-Hoy, prima el buen sentido. La honra de
tu lanza
no pesa en las alforjas del grande Sancho
Panza.

Tus más fieles devotos se han metido a
venteros
y cuidan de que nadie les horade sus
cueros.
Pero, aguarda, que, cuando se resuelva a
decillo,
ya verás que lindezas te contará Andresillo
-
aunque hay alguna mala nueva, desde hace
poco:

Aquel que también tuvo sus ribetes de
loco,
tu primo de estas tierras indianas y bravías,
-¡lástima de lo añejo de tus caballerías!
tu primo Juan Moreira, finalmente vencido
del vestigio Telégrafo, para siempre ha

caído,
mas sin tornarse cuerdo: tu increíble
Pecado...
-¡Si supieras, Maestro, como lo hemos
pagado!-
¡Tu increíble Pecado...! Caer en la
demencia
de dar en la cordura por miedo a la
Conciencia!)
Para husmear en la cueva, pródiga en
desperdicios,

no hacen falta conquistas que imponen
sacrificios:
sin mayores audacias cualquier tonto con
suerte
es en estos concursos el Vencedor y el
Fuerte,
pues todo está en ser duros. El camino
desviado
malograría el justo premio del esforzado...
Por eso, cuando llega la tan temida hora
del gesto torturado de una reveladora
protesta de emociones, el rostro se reviste
de defensas de hielo para el beso del triste;
y porque ahogarse deben, salvando peores
males,

las rudas acechanzas de las sentimentales
voces de rebeldía -quijotismo inconscientetambién
se fortalecen, severa, sabiamente,
los músculos traidores del corazón, lo
mismo
que los del brazo, en sanas gimnasias de
egoísmo,

donde el dolor rebote sin conmover la dura
unidad, necesaria, de la férrea armadura:
quien no supere al hierro no es del siglo: no
medra.

-¡Que bella es la impasible cualidad de la
piedra!-
El ensueño es estéril, y las
contemplaciones

suelen ser el anuncio de las resignaciones.
El ensueño es la anémica llaga de la
energía;
la curva de un abdomen -todo una
geometríaes
quizás el principio de un futuro teorema,
cuyas demostraciones no ha entrevisto el
poema...

En la época práctica de la lana y del cerdo
hoy, Maestro, tu mismo te llamarías
cuerdose
hallan discretamente lejos los ideales
de los perturbadores lirismos anormales.
El vientre es razonable, porque es una
cabeza

que no ha querido nunca saber de otra
belleza
que la de sus copiosas sensatas digestiones:
fruto de sus más lógicas fuertes
cerebraciones.
Por eso, honradamente, se pesan las
bondades
del genio, en la balanza de las utilidades,
y si a los soñadores profetas se fustiga
hay felicitaciones para el que echa barriga.
Y esto no tiene vuelta, pues está de por
medio
la razón, aceptada, de que ya no hay
remedio...
Como que cuando, a veces, en el Libro
obligado,

la Biblia del ambiente, a todos manoseado,

hay un gesto de hombría traducido en
blasfemia,
por asaz deslenguado lo borra la
Academia...
La moral se avergüenza de las
imprecaciones
de los sanos impulsos que violan las
nociones

del buen decir. El pecho del mejor
maldiciente
que se queme sus llagas filosóficamente,
sin mayor pesar, antes de irrumpir en
verdades
que siempre tienen algo de ingenuas
necedades;
porque quien viene airado, con gestos de
tragedia,

a intentar gemir quejas aguando la
comedia,
es cuando más un raro, soñador de utopías
que al oído de muchos suenan a letanías...
Por eso, remordido pecador, yo me acuso
-preciso es confesarlo- de haber sido un
iluso

de fórmulas e ideas que me mueven a risa,
ahora que no pienso sino en seguir, a prisa,
la reposada senda, libre de los violentos
peligros que han ungido de mirras de
escarmientos
las plantas atrevidas que pisaron las rosas
puestas en el camino de las rutas gloriosas.
Pero ya estoy curado, ya no más tonterías,

que las gentes no quieren comulgar
insanias...
¡En el agua tranquila de las renunciaciones
se han deshecho las hostias de las
revelaciones!


Ya no forjo intangibles castillos cerebrales,
de románticos símbolos de torres
augurales.
Sobre el dolor ajeno ni siquiera medito,
porque sé que una frase no vale lo que un
grito;
y, sin ser pesimista, no caigo en la locura
de buscar una página de serena blancura,
donde pueda escribirse la canción inefable
que ha de cantar el Hombre de un futuro
probable.
Las últimas etapas
Ya puestos en camino,
la fuerza propulsora de la marcha
nos impele a seguir, con la serena
actitud, sin desmayos, de la causa
sustentadora de un ideal glorioso,
que luce sus ensueños de esperanza
como flámulas rojas que flotasen
en girones de carnes torturadas.
Nos impele a seguir. Siempre la brega
deja un poco de fiebre sobre el alma,
en la frente un fulgor, y en la pupila
la radiante visión de las etapas;
etapas de dolor, hechas teorías
de credos inefables, de parábolas
de lengua incomprendida que pasasen
en la locomoción de las audacias,
¡como una blanca tropa de lirismos
por inmortales rutas incendiadas!

Preciso es continuar. Todas las dudas
que agobian la cabeza con su carga,
son grilletes fatales del cerebro
y su sitio mejor está en la espalda.
Arrojémoslas, pues. En el avance
hay un cóndor audaz que no se arrastra:
cóndor es la pasión, jamás sujeta,
de las vidas enfermas de ser sanas.
¡Con rumbo hacia lo azul: aunque
deslumbre
lo intenso de la luz, hay que mirarla!
Los primeros fulgores,
quemarán, tras la noche de las ansias,
la primera visual que los descubra
ocultos en la sombra impenetrada,
así como una antorcha cuyo fuego
ardiese el brazo que la levantara.
¡Insanias de amor, que los enfermos
del manicomio de ese Ideal contagian!...
¡Locos, venid! Yo quiero aquí, en el canto,
soltar al viento un corazón con alas:
Los discretos normales podrán, solo,
arrojarnos las piedras de sus lástimas...
¡No haya vacilación! El derrotero
se ha poblado de enérgicas constancias;
pero, porque no siempre en el peligro
hay carne de temblores libertada,
también es necesario
hacer que resplandezcan llamaradas,
del fecundo calor de un entusiasmo,
en la quietud mortal que todo embarga,
¡como una floración de primaveras
en el propio país de las escarchas!

Si se llagan los pies en el camino,
más firme, mucho más, será la marca:
en la senda candente que cruzamos
se ve, mejor la huella ensangrentada.
Alienten la Epopeya,
los himnos fraternales de esperanza
alzados entre víctores y músicas
con el clamor de las protestas bravas,
como un beso de paz sobre una inmensa
cicatriz que dejase la jornada,
y en cármenes de púrpura
resurjan reventando sus fragancias
¡todas las rosas del Amor perenne
que perfuman la enorme caravana!
Y en el salmo coral, que sinfoniza
un salvaje ciclón sobre la pauta,
venga el robusto canto que presagie,
con la alegre fiereza de una diana
que recorriese como un verso altivo
el soberbio delirio de la gama,
el futuro cercano de los triunfos,
futuro precursor de las revanchas;
el instante supremo en que se agita
la visión terrenal de las canallas,
los frutos renovados
en la incesante fuerza de las savias,
del germen luminoso que cayera
en el resurgimiento de las almas,
¡como una rubia polución de soles
en el vientre del surco derramada!
¡Un ensueño en camino,
que sufre la obsesión de la montaña,
bajo la plenitud de las auroras

que alumbran los tropiezos de la marcha!
No hay obstrucción posible: es el Principio
la promesa del Fin. Arde en la llama
de la hoguera moral, el negro escombro
de la atávica Torre de ignorancias,
madre de ese temor: lo incognoscible,
cuyos tupidos velos desgarrara,
en la prisión intelectual más honda,
-rechazando el concepto de la Nadala
verdad de la Ciencia hecha Justicia
al procesar la Esfinge del Nirvana!
La gesta de las causas en los siglos,
no ha bordado poemas en sus páginas:
El libro de los mártires no tiene
sino una historia de grandezas trágicas,
de sangre floreciendo en el tormento
sus azucenas que parecen lacras...
¡Clarín de los Suplicios cuyas voces
en las generaciones se dilatan!
Toda Idea fue así ¡Dolor bendito
de heridas que supuran enseñanzas!:
Al lado de la Cruz está la Horca,
-y es bueno no quererlas separadas-
¡el leño o el dogal: hablen las épocas,
pues la Cruz y la Horca son hermanas!
¡Y por eso en la lidia,
camino al porvenir de la Cruzada,
coronando el pendón de las bravuras,
los trofeos, aun tibios, se levantan,
como ejemplos viriles anunciados
en la fulguración de la escarlata,
desde sórdidos púlpitos sangrientos
por muertos sacerdotes que aún tronaran
palabras de rencor, hechas conjuros,

predicando el sermón de las venganzas!
Triste labor del Odio,
que desata sus hordas, de amenazas,
diciendo su creación demoledora
a las hoscas angustias de la Raza.
Los tremendos instantes de la prueba
saben de los martillos que no aplastan
los ímpetus hermosos, más hermosos
después del golpe que sobre ellos baja;
y en la espera, nerviosa, del momento
del derrumbe final, la última etapa,
a través de las brumas sigilosas
que puedan ocultar la Ciudad blanca,
se descubren, allá, en otro horizonte,
espléndidas auroras que se älzan,
los risueños Orientes -¡bienvenidos!-
los iris eternales del mañana;
¡Arcos gloriosos de los triunfos nuevos
por donde toda la Epopeya pasa!
Y tras el loco batallar de siglos,
así como después de la jornada
en infinitas gotas se traduce
la honra del sudor sobre las caras,
sobre las rudas frentes, pensativas
como un viejo Pesar que meditara,
la cicatriz de sangre se resuelve
en agua de Perdón que todo lava,
en agua dulce y bautismal, borrando
las huellas más infames, más amargas,
¡como un Jordán de Olvido que quitase
hasta el recuerdo mismo de las manchas!
Preciso es continuar; cada desmayo

hace ver insalvables las distancias.
En la estéril noción de lo imposible,
los músculos morales se relajan,
y en el afán que el miedo empequeñece
se ven lejos las cumbres más cercanas.
La formidable voz de anunciaciones
estremece el ambiente con sus vastas
repercusiones de tonantes notas,
cubriendo las necrópolis de calmas.
La anunciación postrer que se divulga
con los alertas de cerebros-guardias.
...Muertos odios que vuelven en caricias
las opresiones de la lucha bárbara,
¡como una herida que revienta en flores
y perfuma las vendas maculadas!
...Ya puestos en camino,
no se esquiva el obstáculo: se aparta.
La senda libre de cualquier tropiezo
nunca fue la más digna de la planta
encallecida en la ascensión penosa
del breñal que la suerte deparara.
Así va la legión, atravesando
los últimos espacios que separan
del rumbo abierto al porvenir soñado,
como ruta augural, por donde marchan
las sombras fugitivas del silencio,
en larga proyección, cantando hosannas
si triunfantes por fin, y si vencidos:
¡cayendo frente al Sol, como las águilas!


La muerte del cisne
En un largo alarido de tristeza
los heraldos, sombríos, la anunciaron,
y las faunas errantes se aprontaron
a dejar el amor de la aspereza.
Con el Genio del bosque a la cabeza,
una noche y un día galoparon,
y cual corceles épicos llegaron
en un tropel de bárbara grandeza.
Y ahí están. Ya salvajes emociones,
rugen coros de líricos leones...
cuando allá, en los remansos de lo Inerte.
Como surgiendo de una pesadilla,
¡grazna un ganso alejado de la orilla
la bondad
provechosa de la Muerte!
La apostasía de Andresillo
- I -
Pues, aquí estoy, señores. Pues...yo soy
Andresillo,
¿no recuerdan ustedes? Yo soy aquel
chiquillo
a quien el gran Quijote librara cierto día
-porque ahí encajaba bien su caballería-

de la nube de palos, que mi amo, furioso,
sobre mí descargaba ferozmente donoso,
Al pobre señor loco le hice una ruin
ofensa,
maldiciendo, más tarde, su gallarda
defensa,
dejándole mohíno, cabizbajo y corrido-.
(Sé que fui un mentecato). Después,
arrepentido,

al correr de los años, comprendiendo la
humana
obra que yo pagase con acción tan villana,
deseoso de la gracia del noble caballero,
sobre su incierto rumbo interrogué al
ventero
y el muy bellaco, riendo, me relató su
muerte...

(Desde entonces empieza lo malo de mi
suerte.)
- II -
Así olvidando algunas de las cerriles
mañas,
vine a ser otro andante, soñador de fazañas
inauditas y fieras, en lides peligrosas
que los encantamentos no hacen siempre
sabrosas

Porque ya se mostraba cansado de su
dueño
al flaco Rocinante cambié por Clavileño,
y recorrí la tierra, buscando honor y fama
que ofrecer a mi hermosa, desconocida
dama,
de quien he recibido desdenes y rigores,
hasta que, al fin, vencido de los
encantadores,
me trajeron a ésta prisión o manicomio,
una institución sabia, digna de todo

encomio,
en donde escarnecido sin cesar, y
aporreado
como mi buen maestro, seriamente he
pensado

que desfacer agravios no es sino una
locura
que honrara sólo al triste de la Triste
Figura.
- III -
...Aquí medro y engordo. Tranquilamente
yanto,
sin jamás acordarme de mi viejo quebranto
tan magro y tonto. Nunca, ni aun en
broma,

peco suspirando retornos al antiguo
embeleco.
No hay una sola parte donde mire y no
encuentre,
como emblema del siglo, una bolsa y un
vientre...
Y así va todo ësto: de la misma manera
que en los menguados tiempos de la
pasada era.

Los potentados, viven de prematuros
cielos,
y los que nada tienen que se lo papen
duelos...
De las lanzas famosas de las justas de
antes
hoy, harían bastones los duchos
comerciantes,
y, sacando provecho, del yelmo de
Mambrino

venderían quincallas para guardar tocino.
Si se habla a Dulcinea de amorosas
pasiones
no es mucho que se mezclen venteriles

razones:
Los valientes envíos, vizcaínos y gigantes,
ahora se traducen en perlas y brillantes.
Basilio está de malas: aunque audaz el
muchacho,
sus industrias no valen las ollas de
Camacho.
Hasta Aldonza Lorenzo, la hija de
Corchuelo,
reniega de los callos que heredó de su
abuelo.
-Si bien ya es una dama, no sé porque
barrunto

que el olor de los ajos anda muy en su
punto.-
Para los que libertan recuas encadenadas,
ahora como entonces hay asaz de
pedradas.
Ginesillo, ha dejado de ser titiritero:
por sospechosas artes ha ascendido a
banquero.

El barbero y el cura, pregonando sus
ciencias,
en buenas migas, raspan y escrutan las
conciencias.
El bachiller Carrasco, sin reposar
momento
pontifica en la cátedra de su
doctoramiento,
deslumbrando a los bobos, que serán sus
secuaces,

y acallando la grita de los puros y audaces.
(Mi aporreado maestro no hubiera
permitido
que mease en su celada ningún recién
parido.)
Los yangüeses de marras, prontos en sus
desmanes,
cuidan yeguas ajenas y se llaman rufianes.

A la justicia -¡pobre reina Micomicona!-
cualquiera Malambruno le hürta la corona.
Los andantes del día, se salen del camino
si ven a la distancia las aspas de un
molino;
aunque hoy poco valdrían los hidalgos
gentiles

fuertes perseguidores de pícaros y viles,
pues doncellas y viudas hallan amparo en
esos
burdeles de oratoria con nombre de
Congresos -
- Muy semejante a aquello -quizás en lo
aromadoque
cuando los batanes hizo Sancho
apremiado

por urgencias mayores, en situación bien
crítica,
hay aquí cierta cosa que se dice política.
Los gobernantes gozan de mil prebendas
diarias
y se rascan y comen en estas Baratarias,
porque en pos del misterio de los grandes
destinos

nadie baja a la honda cueva de
Montesinos.
- IV -
En fin... quietos curiosos: malicio que ya
es mucha
peroración, y acaso me merezca una ducha
del jayán enfermero cuidador de mis
males,
-en verdad que me ahorquen si yo sé de
los tales-

y peor es meneallo. Con que... buenos
señores
hasta... que os permitan mis doctos
curadores

nuevas sutiles burlas, si no tenéis reparo

de oír, en horas de ocios, a este caso tan
raro
que dos, únicamente, la humanidad ha
visto,

Y ellos no fueron otros que Don Quijote y
Cristo.
Aquí me hallaréis siempre, manso a las
exigencias
de discretas preguntas y suaves
ocurrencias
de los graves galenos o de vuesas
mercedes,
honesto y comedido como lo ven ustedes...
Envíos

A Doña Sylla da Silva
En su álbum
Si de estas cuerdas mías, de tonos más que
rudos,
te resultasen ásperos sus rendidos saludos,
y quieres blandos ritmos de credos idealistas,
aguarda delicados poetas modernistas
que alabarán en oro tus posibles desdenes,
coronando de antorchas tus olímpicas sienes,
devotos de la blanca lis de tu aristocracia,
con que ilustro los rojos claveles de mi

audacia,
o espera, seductora, decadentes orfebres
que graben tus blasones en sus creadoras
fiebres:

yo, trabajo el acero de temples soberanos:
los sonantes cristales se rompen en mis
manos.
* * *
Palmera brasileña, que al caminante herido
ofrendaras tus dátiles de Pasión y de Olvido,
en el Desierto Único: tu ëres la apoteosis
que, nimbando de incendios sus fecundas
neurosis,
cruzas por los vaivenes de su hondos
desvelos
como si fueras Luna de sus noches de duelos.
Yo traigo a tu floresta la Alondra moribunda
que, en el violín del Bosque, preludió la
errabunda

sinfonía terrena de aquel Ardor eterno,
que ahuyenta suavemente las aves del
Invierno,
y en las horas tranquilas descubre su cabeza
como un símbolo vago de Amor y de
Belleza.
* * *
...Y pasas, y no sola, presintiendo dorados
Orientes, los propicios a los enamorados,
como una novia enferma que evoca
espirituales
promesas en las largas noches sentimentales;
o esperas al amado, sonriente, como algunas
heroínas que aguardan al amor de las lunas
hojeando florilegios alegres de la Galia,
con manos de Giocondas poéticas de Italia.
¡Oh, las divinas magas que comulgan
misterios

en los ratos fugaces de indecibles imperios...
cuyos tiernos mandatos y ansiadas tiranías
de las claudicaciones saben las agonías!
* * *
Quiero brindarte versos porque te finjo
buena,
con no sé que bondades, y porque eres
morena
como la inspiradora de mis lejanos votos...
-perspectivas azules de paisajes remotos-
Generosa que amparas de los fríos crüeles,
como un fruto viviente de tus sanos vergeles,
las rosas inviolables que tus labios oprimen.
(¡Oh las instigadoras del Ensueño y del
Crimen!)
Paloma fugitiva de la Ciudad vedada,
donde el Dolor muriera bajo la enamorada
caricia del Consuelo: Ciudad donde las risas
suenan como campanas de las futuras Misas!
* * *
Ya sobre los hastíos de tus meditaciones,
como en fugas radiantes escucharás
canciones
de músicas heráldicas, de las músicas locas
que enardecen las ansias y enrojecen las
bocas

en besos fecundantes, cual rocíos de mieles
que hasta en el yermo hicieron florecer los
laureles.
Yo, a tu rostro moreno consagraré violetas,
las nerviosas amadas tristes de los poetas,
y allá en las tibias tardes, serenas de
optimismos,

cuando al disipar todos tus más graves
mutismos
mis estrofas de hierro torturen tu garganta,
has de pensar, acaso, si es un hierro que

canta!
* * *
Como un deslumbramiento de rubias
primaveras
irradian y perfuman las dichas prisioneras
de todos tus encantos ¡Oh, poemas paganos!
Heroína y señora de rondeles galanos:
para que siempre puedas orquestar tus
mañanas
calandrias y zorzales mis selvas entrerrianas
te ofrecen en mis trovas. Que en todos los
momentos

te den las grandes liras sus más nobles
acentos,
y revienten las yemas donde el Placer anida,
en las exaltaciones gloriosas de la Vida
que surgen en el cálido Floreäl de tus horas,
como un carmen de auroras, ¡eternamente
auroras!

A Carlos de Soussens
Caballero de Friburgo, de un castillo de
aventuras,
cuyas águilas audaces remontaron el Ideal,
soñadoras de los nidos de las líricas futuras,
la pupila al sol abierta, coronando las alturas
en el vuelo de armonías de una musa: la
orquestal.

Visionario de un ensueño que inspiró un

vino divino,
melancólicas vendimias de las uvas de tu
Abril...
tu también tendrás un Murger, y verá el
barrio Latino
perpetuarse tu bohemia; milagroso peregrino,
compañero de prisiones en la Torre de
marfil...

Que se cumpla, por tu gloria, la promesa de
Darío,
al decirte de una estatua sobre firme
pedestal;
que relinchen tus corceles los clarines de su
brío,
que la Virgen del sudario no desole con su
frío
el jardín de poesía de un eterno Floreäl.
En las misas de tu credo, más cordiales,
más inquietas,
que te canten y consagren fugitivo de
Verlaine;
que te nombren compasivas las Mimis y las
Musetas,
y relaten conmovidos sus pintores y poetas
cuando entrabas predicando por tu azul
Jerusalén...

Que tus pálidas princesas de inefables
corazones,
lleven lirios de tus rimas a un olímpico
Paris...
con las hostias fraternales de tus suaves
comuniones,
que el orfebre de los triunfos en tus líricos,
blasones,
grabe todos tus laureles con olivo y flor de
lis.


Ya serás en el recuerdo, cuando seas un
pasado,
como aquel de la leyenda que tus éxtasis
meció,
ya serás, para in eternum, de algún bronce
perpetuado,
como guardan tus memorias infantiles, por
sagrado,
¡aquel beso con que Hugo tu niñez acarició!
A Juan Más y Pí
En la gran copa negra de la sombra que
avanza
quiero probar del vino propicio a la añoranza.
Quiero beber del vino que bebiéramos
juntos,
y estos ratos, de aquellos, serán nobles
trasuntos.
(No sé porque esta hora, sombría y
silenciaria,

me ha invadido el cerebro de fiebre
visionaria.)
En la acera de enfrente, su clara risa suena
una muchacha alegre como una Noche Buena.
El arrabal, desierto, conmueve un organillo,
y bailan las marquesas del sucio conventillo;

Y vienen las memorias, conturbadas e
inciertas
como un vago regreso de ensoñaciones
muertas...
...He leído tu libro. Un saludo levanta
la voz del entusiasmo, que perdura y que
canta;
la voz alentadora de buenas expansiones
en las largas teorías de nuestras comuniones.
Aquel señor tan loco... -Único hijo de Dios,
y Único Caballero- nos hermanó a los dos.
(Y eso que tu quisiste, no sé porque crüel
sospecha inconfesable serle una vez infiel...
Mas, ya estás perdonado. Pero en verdad te
digo
que en otra no te escapas sin sufrir tu
castigo...)
En la calma severa de las meditaciones:
dolor de tus constantes inquietas obsesiones.
Ideando el derrotero de los rumbos
plausibles

se enfermó tu cabeza de ensueños
imposibles...
Te veo como äntes, duro en el Bien y el
Mal,
pletórico de un ansia de vida ascensional.
De tus actuales fórmulas hiciste las amadas

que en la expansión te ofrendan bellezas
flageladas.

Has volcado el consuelo de tu mejor augurio
en el vaso de angustias: el cáliz del tugurio.
Amas el bello gesto que en las horas aciagas
tiene orgullo de púrpura para cubrir las llagas.
Te obseda el clamoreo de enormes
muchedumbres

que van, con su Epopeya de siglos, a las
cumbres...
-Compañero: seamos en nuestra Misa diaria
tentación, sermón, hostia: todo menos
plegaria.
Cantemos en las liras de los credos tonantes
la canción nunciadora de mañanas radiantes.
La vida es Dolor siempre, así cambie de
nombre:
es Dolor hecho carne y es Dolor hecho
Hombre.
Libertémosla, entonces, de las contagios
viles
que, en la sangre, empobrecen los glóbulos
viriles.
¡En marcha al País nuevo de las brumas
ausentes,

que un día vislumbraron los geniales videntes!
Derrotando el Silencio pregona la conquista
el salmo combativo de un fuerte Verbo

artista...
Pongamos en lo höndo de las frases más
sacras
besos consoladores que suavicen las lacras.
En procesión inmensa va el macilento
enjambre:
mordidas las entrañas por los lobos del
hambre.
Lo custodia el Misterio, y lleva en sus
arterias
inoculado un virus de sórdidas miserias;
No hay que temer la lepra que roë los
abyectos:

quizás es peor la higiene de los limpios
perfectos.
Efigien su nobleza también los infelices:
¡Blasón de los harapos, lis de las cicatrices!

Lidiemos en la justa de todos los rencores...
¡insignias de los bravos modernos luchadores!
Para esperarte, amigo, después de la
contienda,
aunque sea en el yermo yo plantaré mi tienda.
Te envío, pues, mis versos, mis versos
torturados,
como flores amargas de jardines violados...
¡Y sean mis estrofas los heraldos cordiales
de una lírica tropa de poemas triunfales!

A J. J. Soiza Reilly
Al astrólogo Ensueño, sus novias: las
contáronle el secreto de unas cosas tan bellas
que un ruiseñor lunático, que cantaba a las
puso en sus sinfonías esas extrañas cosas.
Era un noble pronóstico, que,
irradiaba su Verbo, como un límpido Oriente
en gestación de soles. (Quizá una profecía
de los magos geniales en blanca Epifanía)
Eran graves promesas. Era un coro de ästros
que dejaba en la pauta sus luminosos rastros:
Yo, en mi musa salvaje, los evoqué, y
hablaron las estrellas con la voz de los
Y así ritmo un saludo. Si hallas la canción
es porque cada estrofa tiene algo de
que al corazón resguarda de la flecha
la que, al clavarse, a veces se vuelve
Tal vez en el Envío que trabaja mi mano

Tal vez en el Envío que trabaja mi mano
me ayuda Perogrullo ¡tan ingenioso y llano!...
...Son versos como zarzas, pero hay en sus
rudezas
muchas síntesis bravas de temidas bellezas.
La Epopeya del Triunfo se ha anunciado
sonora,
al galope del rojo centauro de la Aurora
que llega, como heraldo de la Ciudad lejana,
precursor del saludo, del laurel y la diana.
-Floraciones de músicas en un carmen de
gloria-

divulgan los clarines la futura Victoria,
pues, sobre nidos de águilas, se ha soñado la
lumbre
de las teas clavadas en la más alta cumbre.
Desfilan en el biógrafo del recuerdo
entusiasta,
los residuos amargos de la sufriente casta:
tus vagabundos trágicos, tus tristes heroínas:
testas de manicomios, cuellos de guillotinas;
tus perros soñadores, con nostalgias de
luna,
la historia de la humana pasión donde se
aduna
el delito y el beso, la amada y el suicida
que se fue de la reja y después de la vida;
Tus asesinos bárbaros, apóstoles del
Crimen,
tus pobres Margaritas que jamás se redimen,
tus poetas borrachos, con hambres de
apoteosis,

tus Nietzsches de presidios en celdas de
neurosis...

Y lo demás y todo... La herida de la pena,
que tiene tintes rojos para cada azucena,
y el último lamento del niño moribundo
que fue como un andrajo flotando sobre el
mundo.
Y lo que no harás nunca: lo que ocultó su
clave,

tal alma que al cerrarse se guardara la llave
lo que dejó la vida, por infame y monstruoso,
en una frase trunca de gesto doloroso.
...Sea tu credo, hermano, mezcla de luz y
acero:
el triunfador es bravo y es duro el justiciero,
porque la bondad misma, no es sino el
espejismo
que esconde el burgués sello del señor
Egoísmo.
Así, mantén tu lema: fuerte como la muerte,
para siempre in eternum, porque ya de esa
fuerte
raza de Don Quijotes vamos quedando pocos:
-¡no hablaron de los vientres los Zarathustras
locos!-
Acometan serenos los modernos andantes,
que aün medran soberbios vestigios y
gigantes.
¡Cabeza y brazo para realizar el empeño:
Si Rocinante es torpe que venga Clavileño!
Den, sin temor, ejemplos de viriles acciones
delante de las jaulas de todos los leones,

y el burlador cobarde que se clave en la frente
las bellezas normales que le hacen ser
hiriente.
Buscando los peligros, en ignoradas sendas,
no sabrán las heridas de femeniles vendas,
pero, eso sí, las lanzas, señores caballeros,
encontrarán molinos y, aun mucho más,
carneros,
Entuertos y prejuicios, y otros añejos males,
bellacos, malandrines, follones, hidetales
y toda la caterva del torvo Encantamento
que ha hëcho del abdomen Ideal y
Pensamiento.
...Compañero: levanta, coronando imposibles,
el quijotismo, y lleva, como armas
invencibles,
cuando emprendas alguna simbólica salida,
el Genio por escudo, ¡y por blasón la Vida!

Ofertorios galantes


De la tregua
Un instante nomás. Vengo a cantarte
la canción del laurel ¡Alza la frente,
que es la única digna del presente
que, en mi salutación, voy a dejarte!
Tendrá el orgullo de tu sentimiento,
hoy, otra vez, el soñador cansado
que se acerca a buscar aquí, a tu lado,
el generoso olvido de un momento.
Y en la tregua fugaz, mientras se asoma
tu sol a mi pesar indefinido,
consentirá el león, agradecido,
que peine su melena una paloma.
Una ausencia gentil de mi fiereza,
cortés claudicación admirativa,
te dejará anunciarme, imperativa,
la altivez inmortal de tu belleza.
Pero, aunque pueda ser así, no quiero
la sujeción de tus amables lazos,
ni en la suave cadena de unos brazos
de las ternuras ser un prisionero.
Ni aguardes que hasta ti caricias lleve,
pues no debo quitarme la armadura
ni aun en homenaje a tu hermosura,
siendo el reposo de mi afán tan breve.
Y no puedo ceder, ni frente al rico
róseo panal de tu sonrisa leda:
¡El hierro luce mal junto a la seda

y el escudo no sirve de abanico!
Eso sí, en la canción, antes que vuelva
a mi fuerte Ideäl, verás, acaso,
para orquestar las horas a tu paso,
un regreso de alondras a mi selva.
Eso sí, la canción tiene un lirismo
tierno y galante para cada beso
que amanece en tus labios, y por eso
se ha puesto a declinar mi pesimismo.
Tal es, pues que lo digo; y hoy, que llenas
mi odres de pasión con tus bondades,
¡sobre el rojo clavel de mis crueldades
sangrarán mi perdón tus azucenas!
...Y después de beber en tus castalias,
como en lago de amor tranquilo y terso,
¡te besaré las sienes con un verso
para calzar de nuevo las sandalias!
El clavel
Fue al surgir de una duda insinuativa
cuando hirió tu severa aristocracia,
como un símbolo rojo de mi audacia,
un clavel que tu mano no cultiva.

Quizás hubo una frase sugestiva,
o viera una intención tu perspicacia,
pues tu serenidad llena de gracia
fingió una rebelión despreciativa...
Y, así, en tu vanidad, por la impaciente
condena de un orgullo intransigente,
mi rojo heraldo de amatorios credos
Mereció, por su símbolo atrevido,
como un apóstol o como un bandido
la guillotina
de tus nobles dedos.
Revelación
Lujosamente bella y exquisita,
con aire de gitana tentadora,
llegaste, adelantándote a la hora,
rodeada de misterios a la cita.
El salón reservado oyó la cuita
de una cálida noche pecadora,
y al amor de tu carne ofrendadora
reventaron las yemas de Afrodita.
Fue en esa breve noche de locuras,

propicia al Floreäl de tus ternuras,
que, cual glóbulos de ansias pasionales,
tu sangre delictuosa de bohemia
infiltró en el cansancio de mi anemia
¡el ardor de los fuertes ideäles!
Tus manos
Me obsedan tus manos exangües y finas,
¡tus manos! puñales de heridas ajenas,
cuando en el teclado predicen, en notas,
las inapelables deseadas condenas...
Tus manos, amores de nardos y rosas,
cuya Histeria tiene sangre de pasiones,
como aquellas suaves que guardan ocultas
en venas azules sombrías traiciones.
Como las nerviosas manos de mi amada,
que, en largas teorías de gestos cordiales,
devotas del dulce crimen amatorio,
¡degüellan mis mansos corderos pascuales!


Exótica
Tiene un rico sabor de canela
el encanto andaluz que derrama
ese hermoso donaire flamenco,
que trajiste del barrio de Triana.
-En su patio de sol, vio Sevilla
adornarse por ti las guitarras,
hoscos ceños de majos celosos
y torneos de fieras navajas.-
A tu lado, me envuelve en perfumes
la mantilla que cubre tus gracias,
y tu sangre, de ardor y misterio,
su bravía pasión me contagia.
Y me pongo a pensar en heridas

En silencio
Que este verso, que has pedido,
vaya hacia ti, como enviado
de algún recuerdo volcado
en una tierra de olvido...
para insinuarte al oído
su agonía más secreta,
cuando en tus noches, inquieta
por las memorias, tal vez,
leas, siquiera una vez,
las estrofas del poeta.
¿Yo...? Vivo con la pasión
de aquel ensueño remoto,
que he guardado como un voto,
ya viejo, del corazón.
¡Y sé, en mi amarga obsesión,
que mi cabeza cansada,
caerá, recién, libertada
de la prisión de ese ensueño
¡cuando duerma el postrer sueño
sobre la postrer almohada!
De primavera
En un carro triunfal hecho de auroras,
y envueltas en flotantes muselinas,
con impudor de audacias femeninas
han llegado las nuevas doce horas.

El viejo de las frígidas doloras,
lloradas en letales sonatinas,
va huyendo, incorruptible, en sus neblinas,
de las doce muchachas pecadoras.
¡Una orgía de luz...! Hoy se ha llenado
de músicas el nido fecundado,
y el cantor de selváticos poemas,
-heraldo de los sueños germinalesanuncia
en sus pregones orquestales
el reventar glorioso de las yemas!
Invitación
Amada, estoy alegre: ya no siento
la angustiosa opresión de la tristeza:
el pájaro fatal del desaliento
graznando se alejó de mi cabeza.
Amada, amada: ya, de nuevo, el canto
vuelve a vibrar en mí, como otras veces;
¡y el canto es hombre, porque puede tanto,
que hasta sabe domar tus altiveces!
Ven a oír. Abandona la ventana...
Deja al mendigo en paz. ¡Son tus ternuras,
para el dolor, como las de una hermana,
y sólo para mí suelen ser duras!

¡Manos de siempre compasiva y buena,
yo tengo todo un sol para que alumbres
ese olímpico rostro de azucena
hecho de palidez y pesadumbres!
Hoy soy así. Soy un poeta loco
que ve su dicha de tus tedios presa...
¡Ven y siéntate al piano: bebe un poco
de champán en la música francesa!
No quiero verte triste. De tu cara
borra ese esguince de pesar cansino...
¡Hoy yo quiero vivir... ¡Qué cosa rara,
hoy tengo el corazón lleno de vino!
En el patio
Me gusta verte así, bajo la parra,
resguardada del sol del medio día,
risueñamente audaz, gentil, bizarra,
como una evocación de Andalucía.
Con olor a salud en tu belleza,
que envuelves en exóticos vestidos,
roja de clavelones la cabeza
y leyendo novelas de bandidos.
-¡Un carmen andaluz, donde florecen,
en los viejos rincones solitarios,

los rosales que ocultan y ensombrecen
la jaula y el color de tus canarios!-
¡Cuántas veces no creo al acercarme,
todo como en un patio de Sevilla,
que tus más frescas flores vas a darme,
y a ofrecerme después miel con vainilla!
O me doy a pensar que he saboreado,
mientras se oye una alegre castañuela,
un rico arroz con leche, polvoreado
de una cálida gloria de canela.
¡Cómo me gusta verte así, graciosa,
llena de inquietos, caprichosos mimos,
rodeada de macetas, y, golosa,
desgranando pletóricos racimos!
Y mojarse tus manos delincuentes,
al reventar las uvas arrancadas,
¡como en sangre de vidas inocentes
a tu voracidad sacrificadas!...
Y ver vagar, cruelmente seductora,
en esos labios finos y burlones,
tu sonrisa de Esfinge, turbadora
de mis calladas interrogaciones.
Y desear para mí, las exquisitas
torturas de tus dedos sonrosados,
¡que oprimen las doradas cabecitas
de los dulces racimos degollados!

¡De todo te olvidas! Anoche dejaste
aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas,
un poco de tu alma de muchacha enferma:
un libro, vedado, de tiernas memorias.
Íntimas memorias. Yo lo abrí, al descuido,
y supe, sonriendo, tu pena más honda,
el dulce secreto que no diré a nadie:
a nadie interesa saber que me nombras.
Ven, llévate el libro, distraída llena
de luz y de ensueño. Romántica loca...
¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!
...De todo, te olvidas ¡cabeza de novia!

reventó en una amable delincuencia
con no sé que pasión pecaminosa.
Claudicó gentilmente tu arrogancia,
y al beber el locuaz vino de Francia
-¡Oh, las uvas doradas y fecundas!-
una aurora tiñó tu faz de armiño,
¡y hubo en la jaula azul de tu corpiño
un temblor de palomas moribundas!
Después del olvido
Porque hoy has venido, lo mismo que äntes,
con tus adorables gracias exquisitas,
alguien ha llenado de rosas mi cuarto
como en los instantes de pasadas citas.
¿Te acuerdas?... Regreso de noches lejanas,
aún guardo, entre otras, aquella novela
con la que soñabas, imitar, a ratos,
no sé si a Lucia, no sé si a Grazziela.
Y aquel abanico, que sentir parece
la inquieta, la tibia presión de tu mano;
aquel abanico ¿te acuerdas? Trasunto
de aquel apacible, distante verano...
¡Y aquellas memorias que escribiste un día!
-un libro risueño de celos y quejas-

¡Rincón asoleado! ¡Rincón pensativo
de cosas tan vagas, de cosas tan viejas!...
Pero no hay los versos. ¡Qué quieres!... ¡te
fuiste!
-¡Visión de saudades, ya buenas, ya malas!
La nieve incesante del bárbaro hastío
¿no ves? ha quemado mis líricas alas.
...¿Para que añoranzas? Son filtros amargos
como las ausencias sus hoscos asedios...
Prefiero las rosas, prefiero tu risa
que pone un rayito de sol en mis tedios.
Y porque al fin vuelves, después del olvido,
en hora de angustias, en hora oportuna,
alegre como antes, es hoy mi cabeza
¡una pobre loca borracha de luna!
Tu risa
Cuando escucho el rojo violín de tu risa
en el que olvidados acordes evocas,
un cálido vino-licor de bohemia
me llena el cerebro de músicas locas.
Un vino que moja tu noble garganta...
-una húmeda jaula de finos cristales,
cuyas orquestales invisibles rejas,
aprisionan raros divinos zorzales-

Y cuando lo escancias, cordiales de un ritmo
que roba caricias a los terciopelos,
caen en mi copa, de espumas amargas,
cual lluvia de estrellas de líricos cielos.
¡Tu risa!... Me encanta, me obseda el oído,
como un intangible sonoro teclado
sobre el que han volcado los duendes amables
un rico y bullente dorado!
No sé porque a veces, si en rápida fuga
tus polifonías se van diluyendo,
por mi éxtasis pasan tristes y jocosos
pierrots que muriesen llorando y riëndo...
No sé porque a veces me quedo pensando
en óperas breves, donde colombinas
hermosas y rubias, fingiesen collares
de luz en las danzas de las serpentinas.
O, muy vagamente, bajo mecedores
gentiles ensueños de cosas francesas,
me creo en florido jardín de Versalles,
acechando un coro de lindas marquesas.
Si acaso disipa mis hondos mutismos,
con su leve magia de dulces misterios,
en la quietud vibra, como una sonata
de alegres clarines en un cementerio.
Cuando en el silencio, custodiando el Odio,
llegan del Hastío las rondas crüeles,
sobre esas heridas: flores de la sombra,
ella agita y vuelca su taza de mieles...

Cuando en mis severas Misas taciturnas
se oye tu fanfarria, de sones ligeros,
el Genio, vencido por tu musa loca
suaviza del rito los bronces austeros.
Tus líricas flautas y tus ocarines
anuncian la fiesta de las harmonías,
y mariposean por toda la gama
crescendos chispeantes como pedrerías.
Por eso, semeja tu boca un mineático
salón, decorado con frescos de notas,
donde baila siempre, cautiva parlera,
una roja dama, galantes gavotas.
Por eso, te ofrecen mis cisnes altivos,
que tus adorables alondras desdeñan,
la dulce agonía del último canto
y doblan el cuello y escuchan y sueñan.
Por eso, si bebo tu risa bohemia,
-armónico vaso de néctares suaves-
¡mi pobre cabeza se llena de luna
y claudican todos sus órganos graves!
Ratos buenos
Está lloviendo paz. ¡Qué temas viejos
reviven en las noches de verano...!

Se queja una guitarra, allá, a lo lejos,
y mi vecina hace reír el piano.
Escucho fumo y bebo, mientra el fino
teclado da otra vez su sinfonía:
El cigarro, la música y el vino,
familiar, generosa trilogía...
...¡Tengo unas ganas de vivir la riente
vida de placidez que me rodea!
Y por eso quizás, inútilmente,
en el cerebro un cisne me aletea...
¡Qué bien se está, cuando el ensueño en una
tranquila plenitud se ve tan vago...!
¡Oh, quien pudiera diluir la Luna
y beberla en la copa, trago a trago!
Todo viene apacible del olvido
en una caridad de cosas bellas,
así como si Dios, arrepentido,
se hubiese puesto a regalar estrellas.
¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno
el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme,
sin un solo recuerdo, malo o bueno,
que, importuno, se acerque a conturbarme.
Y me siento feliz, porque hoy tampoco
ha soñado imposibles mi cabeza:
En el fondo del vaso, poco a poco
se ha dormido, borracha, la tristeza...

A la antigua
¡Oh, señora: gentil dama de mis noches,
¡oh, señora, mi señora, yo le ruego
que abandone esa romántica novela:
orgullosa favorita de sus dedos.
Que abandone sus historias de aventuras,
donde hay citas, donde hay dueñas
y escuderos, callejuelas y sombríos embozados
y tizonas y amorosos devaneos;
acechanzas del camino y estocadas
de cadetes o gallardos mosqueteros,
y, amador noble y rendido de su reina,
algún Buckinghan lujoso y altanero.
Que abandone, le repito, su romance,
su romance mentiroso, pues confieso
que me enoja la atención que le dispensa,
con agravio de mis quejas y mis celos.
De mis celos, sí, lo digo, tal me tienen
las hazañas del cuitado caballero,
a quien sueña Vd. señora, contemplando
sus balcones, con la escala de Romeo.
¡Oh, señora, mi señora! son las doce...
¿Hasta cuándo piensa Vd. seguir leyendo?
¡Hay valor en su tenaz indiferencia
que no teme los peligros del silencio!...
Son las doce: ya se aprontan los aleves,
los galantes forajidos de los besos

a cruzar la callejuela de unos labios
donde anoche asesinaron al Ensueño...
¡Ay, entonces, de las bocas asaltadas
por los rojos embozados del Deseo!
¡Ay de Vd. señora mía si la encuentran...!
¡Que la salve su hazañoso caballero!
Las manos
A todas las evoco. Pensativas,
cual si tuvieran alma, yo las veo
pasar, como teorías que viniesen
en las estancias líricas de un verso.
Las buenas, las cordiales, generosas
madrecitas de olvidos en los duelos,
las buenas, las cordiales, que ya nunca
las volvimos a ver, ni en el recuerdo.
Las manos enigmáticas, las manos
con vagos exotismos de misterio,
que ocultan, como en libros invisibles,
las fórmulas vedadas del Secreto.
Las manos que coronan los designios,
las manos vencedoras del Silencio,
en las que sueña, a veces, derrotado,
un tardío laurel de luz el genio.

Las pálidas, con sangre de azucenas,
violadas por los duendes de los besos,
que vi una vez, nerviosas, deslizarse
sobre la gama azul de un florilegio.
Las manos graves de las novias muertas,
rígidas desposadas de los féretros,
leves hostias de ritos amatorios
que ya nunca jamás comulgaremos;
Esas manos inmóviles y extrañas,
que se petrificaron en el pecho
como una interrogante dolorosa
de la inmensa ansiedad del postrer gesto.
Las crüeles que saben el encanto
del fugaz abandono de un momento.
Las exangües, las castas como vírgenes,
severas domadoras del Deseo.
Las santas, inefables, las ungidas
con mirras de perdón y de consuelo:
amadas melancólicas y breves
de los poetas y de los enfermos.
Las románticas manos de las tísicas,
que, en la voz moribunda de un arpegio,
como conjuro agónico angustiado,
llamaron a Chopin, desfalleciendo...
Las manos que derraman por la noche
los filtros germinales en el lecho:
las que escriben las cláusulas fecundas
sobre las carnes que violó el invierno.

Las manos sin amor de las amadas,
más frías y más blancas que el pañuelo
que se esfuma en las largas despedidas
como paloma del adiós supremo.
¡Las Únicas, las fieles, las anónimas,
las manos que en los ojos de algún muerto
pusieron, al cerrarlos, la postrera
temblorosa caricia de sus dedos!
Las manos de bellezas irreäles,
las manos como lirios de recuerdos,
de aquellas que se fueron a, la luna,
en la piedad del éxtasis eterno.
Las místicas, fervientes como exvotos,
inmaterializadas en el rezo,
las manos que humanizan las imágenes
de los blondos y tristes nazarenos.
Y las manos que triunfan del Olvido,
¡esas, blancas como el remordimiento
de no haberlas besado, ni siquiera
con el beso intangible del ensueño!
A Colombina, en Carnaval
Colombina ¿qué se hicieron
tus risas de cascabel?
¡Ah! desde que se perdieron

-lo saben quienes te oyeronquedó
inconcluso un rondel...
Surge de las viejas salas
y como antes, oportuna,
vuelve a reinar, hoy que exhalas
suspiros por las escalas
con que asaltaste la luna.
¿Porqué ese reír que suena
como un fúnebre fagot?...
Si es la que yo sé tu pena,
no te aflijas, que serena
fue la muerte de Pierrot.
Murió de haberte querido...
Y ahora que sé tu mal,
para empaparte de olvido,
voy a mojar tu vestido
con agua de madrigal.
Pero debo imaginarte
entre todas confundida,
si es que quieres disfrazarte,
y así, empezaré a rimarte
la estrofa ayer ofrecida.
Y puesto que eres coqueta,
sensible a un buen decidor,
porque lo mandas, inquieta,
me vestiré de poeta
para cantarte mejor.
Anónima enmascarada
que vas, nerviosa, a la cita,

de sutil gasa adornada,
como una media calada
que a la indiscreción incita:
Lleva el disfraz colorado,
que te acompaña al placer,
la sangre que ha derramado
un corazón reventado
en tus manos de mujer.
Marquesita sin blasones,
sabia en la broma galante,
que escuchas en los salones,
correr mil murmuraciones
de elogios a la intrigante...
¡Cómo luce tu altanero
orgullo de flor de lis!
cuando habla ese caballero
con traje de mosquetero
del tiempo de algún rey Luis...
Coqueta, linda coqueta,
risueñamente locuaz:
escondida y bien sujeta
lleva siempre la careta
debajo del antifaz.
Pues que está oculta la hermosa
la fina mano enguantada,
¡van, en la seda olorosa,
cinco lirios color rosa
corriendo una mascarada!
Como adivino un deseo

de burla, en tu voz, y tienes
la gracia del discreteo,
me disfrazaré de Orfeo
para domar tus desdenes.
¿Qué es esa melancolía
que a conturbar así llega
el alma de tu alegría?...
¡Bien haya la bizarría
del gesto que te doblega!
¡Ensueño de marmitones,
triste y loca fregatriz
que, por breves ilusiones,
abandona sus fogones
en traje de emperatriz;
Por la gloria de la gracia
de tu altivez de heroína,
de tan bella aristocracia,
ha claudicado la acracia
del changador de la esquina.
Modista, pobre tendera,
o esclava del obrador:
vestida de primavera,
ya rendirás al hortera,
tenorio de mostrador.
Flor que aroma el delincuente
búcaro del cafetín,
loca máscara insolente
que aguarda lista, impaciente,
su gallardo bailarín.

Ebrio de amor y de vino,
sensual donaire guarango
lucirá tu cuerpo fino,
esta noche en el Casino
cuando te entusiasme el tango.
Muchacha conventillera
que, en apuros maternales,
pasaste la noche entera
arreglando esa pollera,
honra y prez de los percales,
ya, despertando las ganas
de otras de la vecindad,
irás con tus dos hermanas,
Tersicores suburbanas,
a un baile de sociedad...
Mascarita... viejecita,
¡en que deslumbrantes fugas
va tu añoranza bendita!...
¡Viejecita, mascarita
de careta con arrugas!...
...Colombina ¿Qué se hicieron
tus risas de cascabel?
¡Ah! desde que se perdieron,
lo saben quienes te oyeron
quedó inconcluso un rondel...
¡Venga la flauta divina
de tu risa de cristal!...
¡Colombina, Colombina:
allá va una serpentina
continuando el madrigal!

El alma del suburbio

El alma del suburbio
El gringo musicante ya desafina
en la suave habanera provocadora,
cuando se anuncia a voces, desde la esquina
«el boletín -famoso- de última hora».
Entre la algarabía del conventillo,
esquivando empujones pasa ligero,
pues trae noticias, uno que otro chiquillo
divulgando las nuevas del pregonero.
En medio de la rueda de los marchantes,
el heraldo gangoso vende sus hojas...
donde sangran los sueltos espeluznantes
de las acostumbradas crónicas rojas.
Las comadres del barrio, juntas, comentan
y hacen filosofía sobre el destino...
mientras los testarudos hombres intentan
defender al amante que fue asesino.
La cantina desborda de parroquianos,
y como las trucadas van a empezarse,
la mugrienta baraja cruje en las manos
que dejaron las copas que han de jugarse.
Contestando a las muchas insinuaciones
de los del grupo, el héroe del homicidio

de que fueron culpables las elecciones,
narra sus aventuras en el presidio.
En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, que es «La
Morocha»,
lucen ágiles cortes dos orilleros.
La tísica de enfrente, que salió al ruido,
tiene toda la dulce melancolía
de aquel verso olvidado pero querido
que un payador galante le cantó un día.
La mujer del obrero, sucia, y cansada,
remendando la ropa de su muchacho,
piensa, como otras veces, desconsolada,
que tal vez el marido vendrá borracho.
...Suenan las diez. No se oye ni un solo
grito;
se apagaron las velas en las bohardillas,
y el barrio entero duerme como un bendito
sin negras opresiones de pesadillas.
Devuelven las oscuras calles desiertas
el taconeo tardo de los paseantes,
y dan la sinfonía de las alertas
en su ronda obligada los vigilantes.
Bohemios de rebeldes crías sarnosas,
ladran algunos perros sus serenatas,
que escuchan, intranquilas y desdeñosas,
desde su inaccesible balcón las gatas.

Soñoliento, con cara de taciturno,
cruzando lentamente los arrabales,
allá va el gringo... ¡pobre Chopin nocturno
de las costureritas sentimentales!
¡Allá va el gringo! ¡como bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonía,
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!
La viejecita
Sobre la acera, que el sol escalda,
doblado el cuerpo -la cruz obligalomo
imposible, que es una espalda
desprecio y sobra de la fatiga,
pasa la vieja, la inconsolable,
la que es, apenas, un desperdicio
del infortunio, la lamentable
carne cansada de sacrificio.
La viejecita, la que se siente
un sedimento de la materia,
deshecho inútil, salmo doliente
del Evangelio de la Miseria.
Luz de pesares, propios o ajenos,
sobre la pena de su faz mustia
dejan estigmas, de dolor llenos,
entristeciendo su misma angustia;
su misma angustia que ha compartido,
como el mendrugo que no la sacia,
con esa niña que ha recogido,
retoño de otros, en su desgracia.

Esa pequeña que va a su lado,
la que mañana será su apoyo,
flor del suburbio desconsolado,
lirio de anemia que dio el arroyo.
Vida sin lucha, ya prisionera,
pichón de un nido que no fue eterno.
¡Sonriente rayo de primavera
sobre la nieve de aquel invierno!
Radiación rubia de luz que ärde
como un sol nuevo frente a un ocaso,
triste promesa, mujer más tarde
linda y deseada que será, acaso,
la Inés vencida, la dulce monja
de los tenorios de la taberna,
cuando el encanto de la lisonja
le dé su frase nefanda y tierna.
-Ritual vedado de sensaciones
trágicos sueños, fiebres aciagas,
hostias de vicios y tentaciones
de las alegres jóvenes magas...
¡Que de heroínas, pobres y oscuras,
en esos dramas! ¡cuántas Ofelias!
Los arrabales tienen sus puras
tísicas Damas de las Camelias-
Por eso sufre, la mendicante,
como una idea terrible y fija
que no ha empañado su amor radiante
por esa hija que no es su hija.
Más sus bellezas de renunciada
jamás del crudo dolor la eximen...
¡sin haber sido, siquiera, amada
se siente madre de los que gimen!
Madre haraposa, madre desnuda,
manto de amores de barrio bajo:
¡es una amarga protesta muda

esa devota de San Andrajo,
que conociese sólo los besos
de rudos fríos en los portales,
como descanso para sus huesos
sólo le dieron los hospitales!
Girón humano que siempre flota
sobre sus ansias indefinibles,
bondad enferma que no se agota
ni en las miserias irredimibles
que la torturan, sin un olvido
para sus lacras, para su suerte:
con la certeza de haber vivido
como un despojo para la muerte!
Por eso, a veces, tiene amarguras,
tiene amarguras de derrotada,
que se traducen en frases duras
y dan en llanto de resignada;
pues nunca supo la miserable,
de amor alguno, grande o pequeño,
que la alentara, no le fue dable
sobre la vida soñar un sueño.
La dominaron los sinsabores,
que la flagelan como a inocente:
¡en la vendimia de los amores
fue desgranado racimo ausente!
Fue la azucena sobre el pantano,
flor de desdichas, a libertarla
no vino nadie, no hubo una mano
que se tendiese para arrancarla.
Sin transiciones, siempre vencida,
ni en el principio de su mal mismo
tuvo las glorias de la caída:
Su primer cuna ya era el abismo.
Bajo un hastío que no deseara,
pasó su noche sin una aurora

sin que en la vida la conturbara
ni una impaciencia de pecadora.
Y así, ha guardado con sus pesares,
como un reproche, que se refleja
en las arrugas, sus azahares
de nunca novia, de virgen vieja.
Los años muertos sólo dejaron
esa agonía que no la mata...
¡jamás a ella la aprisionaron,
como entre flores, rejas de plata!
Forjó ilusiones, y las más leves
la sepultaron como en escombros;
sobre su testa cayeron nieves.
Y honras de harapos sobre sus hombros.
Porque fue buena, dio en la locura
de cubrir todas sus cicatrices:
puso los besos de su ternura
en sus hermanos, los infelices.
Por eso, a veces, tiene su duelo
en sus cansados ojos sin brillo,
llantos que caen como un consuelo
sobre las llagas del conventillo.
Carne que azotan todos los males,
burla sangrienta de los muchachos,
dádiva y sobra de los portales,
mancha de vino de los borrachos:
Ahí va la vieja, como una hiriente
fórmula ruda de una ironía:
llena de sombras en la esplendente
en la serena gloria del día.
Tal vez alguna visión extraña
ha conmovido su indiferencia,
pues ha cruzado triste y huraña
como una imagen de la demencia.
¡Y allá -sombría, y adusto el ceño,

obsesionada por las crueldadesva
taciturna, como un ensueño
que derrotaron las realidades!
El guapo
A la memoria de San Juan Moreira
Muy devotamente
El barrio le admira. Cultor del coraje,
conquistó, a la larga, renombre de osado;
se impuso en cien riñas entre el compadraje
y de las prisiones salió consagrado.
Conoce sus triunfos, y ni aun le inquieta
la gloria de otros, de muchos temida,
pues todo el Palermo de acción le respeta
y acata su fama, jamás desmentida.
Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,
hondas cicatrices, y quizás le halaga
llevar imborrables adornos sangrientos:
caprichos de hembra que tuvo la daga.
La esquina o el patio, de alegres reuniones,
le oye contar hechos, que nadie le niega:
¡con una guitarra de altivas canciones
el es Juan Moreira, y el es Santos Vega!
Con ese sombrero que inclinó a los ojos,
con esa melena que peinó al descuido,
cantando aventuras, de relatos rojos,
parece un poeta que fuese bandido.

Las mozas más lindas del baile orillero
para él no se muestran esquivas y hurañas,
tal vez orgullosas de ese compañero
que tiene aureolas de amores, y hazañas.
Nada se le importa de la envidia ajena,
ni que el rival pueda tenderle algún lazo:
no es un enemigo que valga la pena...
pues ya una vez lo hizo ca...er de un hachazo.
Gente de avería, que aguardan crüeles
brutales recuerdos en los costurones
que dejará el tajo, sumisos y fieles,
le siguen y adulan imberbes matones.
Aunque le ocasiona muchos malos ratos,
en las elecciones es un caudillejo
que por el buen nombre de los candidatos
en los peores trances expone el pellejo...
Pronto a la pelea -pasión del cuchillo
que ilustra las manos por el mutiladassu
pieza, amenaza de algún conventillo,
es una academia de ágiles visteadas.
Porque en sus impulsos de alma pendenciera
desprecia el peligro sereno y bizarro,
¡para el la vida no vale siquiera
la sola pitada de un triste cigarro!...
...Y allá va pasando con aire altanero,
luciendo las prendas de su gallardía,
procaz e insolente como un mosquetero
que tiene en su guardia la chusma bravía.

Detrás del mostrador
Ayer la vi, al pasar, en la taberna,
detrás del mostrador, como una estatua...
Vaso de carne juvenil que atrae
a los borrachos con su hermosa cara.
Azucena regada con ajenjo,
surgida en el ambiente de la crápula,
florece, como muchas, en el vicio
perfumando ese búcaro de miasmas.
¡Canción de esclavitud! Belleza triste,
belleza de hospital, ya dipsecada
quien sabe porque mano que la empuja,
casi siempre, hasta el sitio de la infamia...
Y pasa sin dolor, así, inconsciente,
su vida material de carne esclava:
¡copa de invitaciones y de olvido
sobre el hastiado bebedor volcada!
El amacijo

en la rueda insolente del compadraje.
-Hoy, como ayer, la causa del amacijo
es, acaso, la misma que le obligara
hace poco, a imponerse con un barbijo
que enrojeció un recuerdo sobre la cara-
Y se alejó escupiendo, rudo, insultante,
los vocablos más torpes del caló hediondo
que como una asquerosa náusea incesante
vomita la cloaca del bajo fondo.
En el cafetín crece la algarabía,
pues se está discutiendo lo sucedido,
y, contestando a todos, alguien porfía
que ese derecho tiene sólo el marido...
Y en tanto que la pobre golpeada intenta
ocultar su sombría vergüenza huraña,
oye, desde su cuarto, que se comenta
como siempre en risueño coro la hazaña.
Y se cura llorando los moretones
-lacras de dolor, sobre su cuerpo enclenque...-
¡que para eso tiene resignaciones
de animal que agoniza bajo el rebenque!
Mientras escucha sola, desesperada,
como gritan las otras... rudas y tercas,
gozando en su bochorno de castigada,
burlas tan de sus bocas... ¡burlas tan puercas!...


En el barrio
Ya los de la casa se van acercando
al rincón del patio que adorna la parra,
y el cantor del barrio se sienta, templando
con mano nerviosa, la dulce guitarra.
La misma guitarra, que aún lleva en el cuello
la marca indeleble, la marca salvaje
de aquel despechado que soñó el degüello
del rival dichoso tajeando el cordaje.
Y viene la trova: rimada misiva,
en décimas largas, de amante fiereza,
que escucha insensible la despreciativa
moza, que no quiere salir de la pieza...
La trova que historia sombrías pasiones
de alcohol y de sangre, castigos crüeles
agravios mortales de los corazones
y muertes violentas de novias infieles...
Sobre el rostro adusto tiene el guitarrero
viejas cicatrices de cárdeno brillo,
en el pecho un hosco rencor pendenciero
y en los negros ojos la luz del cuchillo.
Y muestra, insolente, pues se va exaltando,
su bestial cinismo de alma atravesada:
¡Palermo le ha oído quejarse, cantando
celos que preceden a la puñalada!
Y no es para el otro su constante enojo...
¡A ese desgraciado que a golpes maneja,
le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,

le hace el mismo caso, por bruto y por flojo,
que al pucho que olvida detrás de la oreja!
¡Pues tiene unas ganas su altivez airada
de concluir con todas las habladurías...!
¡Tan capaz se siente de hacer una hombrada
de la que hable el barrio tres o cuatro días...!
...Y con la rudeza de un gesto rimado,
la canción que dice la pena del mozo
termina en un ronco lamento angustiado,
¡como una amenaza que acaba en sollozo!
De la aldea
Regresan de la era. Se oyen cercanas
las fuertes risotadas y las canciones
con que animan la vuelta los mocetones
que siguen, desde lejos, a las aldeanas.
Ya, detrás de las rejas de las ventanas,
estudian las muchachas contestaciones,
para dar a las tímidas declaraciones
que de rústicos labios salen galanas.
Como van a concluirse las romerías,
crecen las estruendosas algarabías...
Y, halagando a una novia provocadora,
pasa diciendo un mozo de porte fiero,
al son de la guitarra conquistadora,
las postreras hazañas de un bandolero.

Residuo de fábrica
Hoy ha tosido mucho. Van dos noches
que no puede dormir; noches fatales,
en esa oscura pieza donde pasa
sus más amargos días, sin quejarse.
El taller la enfermó, y así, vencida
en plena juventud, quizás no sabe
de una hermosa esperanza que acaricie
sus largos sufrimientos de incurable.
Abandonada siempre, son sus horas
como su enfermedad: interminables.
Sólo, a ratos, el padre se le acerca
cuando llega borracho, por la tarde...
Pero es para decirla lo de siempre,
el invariable insulto, el mismo ultraje:
¡le reprocha el dinero que le cuesta
y la llama haragana, el miserable!
Ha tosido de nuevo. El hermanito
que a veces en la pieza se distrae
jugando, sin hablarla, se ha quedado
de pronto serio, como si pensase...
Después se ha levantado, y bruscamente
se ha ido, murmurando al alejarse,
con algo de pesar y mucho de asco:
-que la puerca, otra vez escupe sangre...

La queja
Como otras veces cuando la angustia
le finge graves cosas hurañas,
la infeliz dijo, después que el rojo
vómito tibio mojó la almohada,
las mismas quejas de febriciente,
las mismas quejas entrecortadas
por el delirio, las que ella arroja
como un detritus de la garganta.
Bajo el recuerdo remoto y vivo,
jornadas rudas de su desgracia,
rápidos cruzan por la memoria
sus desconsuelos de amargurada:
desde el sombrío taller primero
que vio su carne cuando era sana,
hasta la hora de la caída
de la que nunca se levantara.
Porque era linda joven y alegre
ascendió toda la suave escala:
supo del fino vaso elegante
que vuelca flores en la cloaca.
Porque a su abismo lo creyó cumbre,
leves marcos de la esperanza
quizá embriagaron sus realidades
puesto que huyeron sin inquietarla;
y la salvaron de los hastíos
que levemente la desolaran,
como poemas sentimentales,
largos idilios de cortesana.
Después... terrible, llegó el descenso,
y hubo agonías de lucha infausta:

y hubo agonías de lucha infausta:
el tren lujoso, los bar de moda,
-últimas glorias de consagradaya
no volvieron a mecer tiernas
ensoñaciones interminadas,
ya no volvieron ansias ocultas
de las novelas de fe romántica,
ni a obsedar, tristes, sus aventuras
las heroínas que ella imitara,
pues, desde entonces, casi insensible,
vivió la vida de una de tantas...
y enamorose de un orillero,
por un capricho, porque ostentaba,
como un orgullo jamás vencido,
adorno y premio de sus audacias,
una imborrable cicatriz honda
sobre su rostro: cuartel de cara
brutal nobleza, blasón sangriento
que con fiero arte grabó la daga.
La vio el suburbio pasar risueña,
porque en sus horas inconfesadas
de peregrina de los burdeles
fue la devota que amó las llagas;
y a su belleza rindió homenaje
la inmunda jerga que deshojaba
en delictuosas galanterías
rosas obscenas para sus gracias;
la jerga inmunda, que en madrigales
volvió la torpe frase guaranga
de los celosos apasionados,
que bravamente, como ofrendadas
invitaciones de amor, lucían
vivos, claveles en la solapa,
largos reproches en sus cantares
y torvas iras en las miradas.

Sus caballeros... Esos a quienes
por su coraje, la roja heráldica
de las pendencias, y las prisiones
dio pergaminos de aristocracia.
Más tarde el otro... Las exigencias,
las tiranías de aquel canalla
que ella mantuvo, las indecibles
horas de eterna mujer golpeada:
¡siempre el azote como caricia,
siempre el azote sobre la espalda,
sobre esos lomos que soportaron
sin rebeliones de carne esclava:
¡lomos de pobre bestia sufrida,
de pobre bestia ya reventada!
Y aquella noche, ¡noche tremenda!
en que sintiendo la horrible náusea
del primer vómito, que arrancó el golpe
del bruto infame, loca de rabia,
embravecida, con todo su asco
le escupió al rostro su sangre insana...
Y otra vez, y otra; feroz recuerdo
del miserable, lleva la marca
lleva el estigma que dejó el tajo
con que, al marcharse, le abrió la cara.
Después, enferma... Los sufrimientos,
las mentirosas voces de lástima
o los insultos jamás velados:
¡La vida puerca, la vida mala!
Perdió en el lecho sus atractivos,
y, así, destruida la antigua gracia,
ya no hubo triunfos, pues los deseos
para saciarse la hallaron flaca...
Por eso a solas, hoy, en el cuarto
donde se muere, donde le arranca
hondos gemidos la tos violenta,

la tos maldita que la desangra,
bajo la fiebre que la consume
tiene rencores de sublevada,
¡tiene unas cosas!... ¡Oh, si pudiera
con los pulmones echar el alma!
Por eso grita su queja inútil
de inconsolable, la queja aciaga,
inofensiva, porque en su boca
son estertores de amordazada
las frases duras que va arrojando
como un detritus de la garganta
llena de angustias, al mismo tiempo
que los pedazos de sus entrañas!
La guitarra
Porque en las partituras de su garganta
ella orquesta la risa con el lamento,
porque encierra una musa que todo canta,
es la polifonista del sentimiento.
Por la prima aflautada vuelan las aves
de las notas chispeantes y juguetonas,
y, poblando el ambiente de voces graves,
braman las roncas iras en las bordonas.
Arco de mil envíos. Carcaj de amores,
hacen sus flechas raudas líricas presas,
así como, en la pauta de los rencores,
suele rugir el pueblo sus marsellesas.
Ella lauda en su solfa los caballeros

del valor o del arte, y aún hay un gajo
de laurel para todos los cancioneros
de la fértil Provenza del barrio bajo.
Por eso elogia siempre los más sensibles
finos ensueños, como también halaga
las audaces pasiones irresistibles
de los fieros Tenorios de poncho y daga.
La luz de un viejo idilio, como aureola
que ciñe su cordaje, quizás le llega
desde el fondo de un rancho: que aunque
española,
conoció el amor gaucho de Santos Vega.
Bajo el alero en ruinas, contando duras
malas correspondencias a sus deseos,
con la magia vibrante de sus ternuras
cautivan a las mozas criollos Orfeos.
Ella inspira en el baile las alabanzas
de floridos requiebros y relaciones,
o las citas fugaces en las mudanzas
de los tristes cielitos y pericones.
O, a los lentos acordes provocativos,
en su seno se agitan las habaneras,
que, libertando locos besos cautivos,
se desmayan sensuales en las caderas.
Órganos, y clarines, sus voces finas
suenan, cuando en el rojo de sus vergeles
florece la amargura de las espinas
y sangra la epopeya de los laureles.

A sus cordiales sones apasionados,
en las noches alegres de serenatas;
envían los galanes desconsolados
sus doloridas quejas a las ingratas...
Por sus historias pasan, como un gemido
que presagiase largos fatales duelos,
las románticas cuitas del pecho herido,
o las rojas venganzas de los Otelos.
Cuando la pulsan toscas manos brutales,
ella tiene temores de sensitiva,
como bajo opresiones espirituales
insinúa caprichos de novia esquiva.
-Melodiosos mensajes de las constanciasse
mecen las memorias en sus cadencias,
y desde el infinito de las distancias
vienen los «no me olvides» a las ausencias.

Ofrenda generosa de un dulce instante
que llenase la caja de ritmos ledos,
en las cuerdas sonoras puso una amante
el beso, que, aun borrado, quema los dedos.
Calandrias fugitivas que van pasando,
de tiempos de leyenda vivo trasunto,
por ella todavía cruzan vagando
los derroches de ingenio del contrapunto.
Modulando responsos conmovedores,
en la exaltación honda de su noble estro,
dice las odiseas de payadores
que murieron cantando como el Maestro.

En las manos del majo su gracia encela
el alma de las chulas -sangre bravía-
y, en su carmen de amores, vino y canela,
¡revientan los claveles de Andalucía!
Castañuelas, jaleos, ricos mantones,
manolas, bizarrías, rosas bordadas...
¡Se perfuman las sedas de sus canciones
en el patio de aromas de las Granadas!
Corona los aplausos que le merecen
las ágiles hazañas de los toreros,
o sobre algún sombrío cuento aparecen
evocadas visiones de bandoleros.
Vive en los Escoriales de los blasones,
o en las Trianas flamencas de las Sevillas,
¡y ya es una marquesa de áureos salones,
ya la pobre muchacha de las bohardillas!
Por eso, luce orgullos de aristocracia
en la altivez de regios rasos triunfales,
como también se llena de humilde gracia
en la coquetería de los percales.
A sus cálidos ritmos, de suaves tonos,
en su hamaca de nervios y fantasía,
mecen provocadoras sus abandonos
las seis líricas damas de la Harmonía.
Es la polifonista del sentimiento;
es la de los dolores y los placeres:
¡la que orquesta la risa con el lamento,
la que canta aleluyas y misereres!

Ya llegan cansados en rondas hambrientas
a husmear buenos trozos entre los residuos:
caridad de afables cristianas sirvientas
que tienen por ellos cuidados asiduos.
La humildad que baja de sus lagrimales
se trueca en desplantes de ladridos fieros:
no en vano regresan de sucios portales
cumplida su ingrata misión de cerberos.
Espíritus sabios en sus devociones,
ladran sus blasfemias como ángeles malos,
pero en los oficios de las contriciones
los mueve a ser santos la unción de los palos.
Tal vez ellos mismos, en noches aciagas
son los milagrosos geniales artistas,
de bíblicas lenguas, que curan las llagas
de anónimos Cristos sin evangelistas...
En las castas horas de amables ensueños,
son, regularmente, como nadie parcos
en el decir, pero se tornan risueños
cuando beben agua de luna en los charcos.
Gozan la primicia de las confidencias
en los soliloquios de los criminales,
y, como sus dueños, buscan las pendencias
y aman los presidios y los hospitales.

y aman los presidios y los hospitales.
De noche, consuelan la angustia infinita
de las incurables que en los conventillos
dulcemente lloran a la Margarita
que muere en las teclas de los organillos.
Puntuales consignas, jamás olvidadas,
son los que despiertan, fielmente severos,
a las obreritas, en las madrugadas
que anuncian las dianas de los gallineros.
Se entristecen cuando la mujer insulta
-...a ese sinvergüenza que aún no ha venido...
Y en su compañía descubren la oculta
lejana cantina donde está el marido.
Final de la ofensa nunca perdonada,
rencor de los héroes de almas agresivas,
gustan la belleza de la puñalada
que alcanza a las locas muchachas esquivas.
Crías corajudas, de castigo eximen
a las delincuentes famas orilleras,
si es que se discute la causa del crimen
que apasionó al barrio semanas enteras...
Ponen sus rabiosas babas en los cuentos
de las enredistas brujas habladoras,
y asisten en días de arrepentimientos
a las confesiones de las pecadoras.
Luctuosos de mugre van a los velorios
donde, haciendo cruces, arañan las puertas
y, muy compasivos, gruñen responsorios

y recitan Salves por las novias muertas.
Hallan escondrijos de cosas guardadas,
y, cautos, divulgan en el vecindario
fórmulas secretas de alquimias, robadas
al hosco silencio de algún visionario.
Con mucho sigilo, ferozmente serios,
en el amplio, oscuro templo de la acera,
celebran sus ritos de foscos misterios,
aullando exorcismos contra la perrera.
Custodian el acto, de extrañas figuras,
los insospechados de infames traiciones:
hay autoritarias torvas cataduras
de perros caudillos y perros matones.
Uno, sobre todo, terror de valientes,
jamás derrotado volvió a la covacha:
¡quizás Juan Moreira le puso en los dientes
su daga de guapo sin miedo y sin tacha!
Y hay otro, apacible, gentilmente culto,
de finos modales, ingenioso y diestro
en estratagemas de escurrir el bulto,
y a quien los noveles le llaman Maestro,
Y hay otro, que, cuando la fiesta termina,
hablando a los fieles con raro lenguaje
parece un apóstol de gleba canina
que dice a las gentes su Verbo salvaje.
Y otro, primer premio de anuales concursos,
y que, en saber, ante ninguno se agacha,
es una promesa que sigue los cursos

de las academias de un perro Vizcacha.
Y otro, que en su orgullo se llama
nietzcheano,
siempre maculado de filosofías,
en cien bellas frases, de credo inhumano,
expone a la Horda tremendas teorías...
Y otro, que con aire de doncel apuesto
finge repulsiones hablando de acracia,
cuidando la forma de su noble gesto
impone el buen gusto de su aristocracia.
Y otro, que el Domingo va a las
conferencias,
donde dragonea ya de libertario,
afirma que toda clase de violencias
es en estos días un mal necesario.
Y otro, patriotero, bravo y talentoso,
-nació en Entre-Ríos- elogiando el suelo
de su cuna, agrega, que en tiempo glorioso
fue hermano en Calandria, y hermano en mi
abuelo.
Y otro, de impecada flacura de asceta,
que a veces fulmina no sé que amenaza,
es el escuchado tonante profeta
que augura el destino mejor de la Raza.
Y algunos, que acaso fueran ovejeros
en las mocedades de sus correrías,
relatan historias de gauchos matreros
con quienes pelearon a las policías.
Y otros, caballeros que leen Don Quijote

ya han recibido más de una pedrea,
casi pontifican que siempre el azote
ha sido recurso de toda ralea...
Y otros, familiares reliquias vivientes
que atiende el Estado, sarnosos y viejos,
más con su prestigio de bocas sin dientes,
inician a varios que piden consejos.
...Y ahí están. De pronto vuelven, todos
juntos,
a narrarse, en orden, sus melancolías:
pregunta y respuesta, como en contrapuntos
de fúnebres salmos que son letanías.
¡Parece que el alma de los payadores
hubiese pasado por sobre la tropa,
y que, frente a graves jueces gruñidores,
está Santos Vega y está Juan sin Ropa!
...¿Que será ese inquieto pavor tumultuario
que desde la sombra llega, a la sordina?
¡Como si rezasen lúgubres rosarios,
de hostiles rumores se puebla la esquina!
Se van galopando... ¿Porqué habrán huido?
...¡Qué sola ha quedado la calle! ¡Qué hönda
la pena del ronco furor del aullido!
¿No sientes, hermano? Se aleja la ronda...


Ritos en la sombra

Los lobos
Una noche de invierno, tan cruda
que se fue del portal la Miseria,
y en sus camas de los hospitales
lloraron al hijo las madres enfermas,
con el frío del Mal en el alma
y el ardor del ajenjo en las venas,
tras un hosco silencio de angustias,
un pobre borracho cantó en la taberna:
-Compañero: no salgas, presiento
algo raro y hostil en la acera.
...La invadieron aullando los lobos...
Asómate, hermano ¡La calle está llena!
Son los mismos que espían tu paso
en la sombra sin fin de tu senda,
los que en sórdidas tropas se anuncian
y en horas horribles arañan la puerta...
...-¿Que no entiendes? ¿No tiembla tu prole
al salvaje ulular de las bestias?...
¿Nunca vio la Desgracia? Fue siempre
la entraña sin hambre, la entraña repleta?
...Continúan aullando ¿no oíste?
Ritornelo feroz que resuena
como un lúgubre grito flotando
por sobre la cuna que mece la anemia.
¡Y son todos! No falta ninguno;

y la noche no pasa: es eterna.
El Dolor es invierno; te cubre:
No aguardes ni sueñes jamás primaveras.
El Olvido está lejos; no viene
a dejar junto a ti su promesa,
su promesa de muerte ¡la Madre,
a veces tan mala y a veces tan buena!
Nunca nadie sabrá de la mano
que pusiese en tus ojos la venda,
con la cual has caído tan hondo
que aquellos que quieren mirarte se ciegan.
En tu anónimo abismo te agitas
sin desear un regreso, en la inquieta
sensación del inmenso desplome
que arrastra consigo tus dudas tremendas.
Sin embargo, quizás te azotaran,
en la calma de tu indiferencia,
-flageladas visiones de ensueñoposibles
terrores de locas tormentas.
En el fondo temible de tu alma
anda suelto un espanto de fiera:
¡que curioso sería asomarse
a ver si ella tiene también sus violencias!
...¿No los ves? ¡Cómo asustan sus ojos,
sus inmóviles ojos que velan
en las noches infaustas, propicias
al hórrido asedio clavado allí, afuera,
cuando el Miedo desata sus hordas
y las llagas del Crimen revientan,
si, con ruda caricia indeleble,
las toca una mano brutal que no tiembla.
¡Y tú sigues lo mismo! Diría
que en tus sueños mejores tuvieras

pesadillas de murrias de plomo,
letales desganos de fiebres ya viejas...
Sin querer en tu ruta inquietante
presentir, ni un momento siquiera,
la amenaza mortal de un perenne
furor sigiloso de fauces que acechan...
...No te rías... Ya vuelven de nuevo
a rondar al amor de la niebla;
las famélicas bocas enormes
parece que llaman, imploran y esperan.
Cubren toda la calle; bravíos,
van marcando en la nieve sus huellas,
como estigmas de atroces presagios,
y, sórdidamente cansados, jadean.
¿Quién los trae? No sé. ¿Quién los llama?
¿Porqué huyeron, dejando sus selvas...?
Son tropeles que azuza el peligro
y vienen de lejos como una inclemencia...
¿Mas, que buscan? Los lomos hirsutos
estremecen sus rabias sangrientas:
en un torpe rencor incesante
tal vez una vida sus garras laceran.
¿Mujer... hijos? No quiero acordarme.
¿Están ellos aquí?.. No te duermas...
¿Han aullado otra vez, o es el viento?
Los dos se han unido y aguardan la presa.
¡Yo los siento volver: son los mismos,
los conozco, los monstruos que llegan:
de mis largas vigilias guardianes
y junto a mi lecho fatal, centinelas!
...Sus tentáculos hieren mi entraña...
Mira, hermano, la noche ¡cuan negra!
Se creyera que pasa la vida

envuelta en un torvo girón de tinieblas.
¡Cómo cae la nieve, en la calle!
sin un rayo de luz ¡qué tristeza!
Si pudiese pensar, pensaría
que dentro del alma me cabe una estepa...
¡Oh, mi sangre sin sol, mis pasiones,
mis oscuras heridas inciertas
que en el borde filoso del vaso
a todos los filtros del Odio se abrieran!
...Ven, acércate más. No te turbes
y verás en la noche agorera
como sobre la fúnebre ronda
inédita el Ensueño, con cara de pena...
¿Quién se ha puesto a reír? ¡Compañero!
se han mezclado a los lobos las hienas...
El Silencio descubre su esfinge
y, aullando, los monstruos avanzan a tientas...
...Hubo un ronco gemido en la sombra,
se halló solo el borracho en la tienda
y por eso la loca, la extraña
mitad de aquel canto, quedó en la botella.
Imágenes del pecado
Enfermizas plenitudes
de emociones amatorias,
modernismo de lo Raro,
de embriagueces ilusorias,
que disfrazan las crudezas de sus credos
materiales,
como fórmulas severas

de blasones impolutos,
que, discretos, disimulan
los salvajes atributos,
las paganas desnudeces de las fuerzas
germinales.
Rosa-estigma que en los labios
han dejado los orfebres
de la Ardencia. Bestias malas
de lascivias y de fiebres,
que no doman los actuales filosóficos Orfeos,
acechando por las noches
los oficios sigilosos...
por las noches consteladas
de los besos milagrosos
que deshacen en las bocas el rubí de los
deseos...
Predilecta medianoche
vagamente ensoñativa,
que ha exhumado un bello libro
de lectura sugestiva,
de encubiertas entrelíneas de extravíos irreäles...
¡Oh, curiosa, febriciente
cabecita conturbada,
que en los tibios abandonos
delatados en la almohada
se fecunda de las sabias poluciones cerebrales!

¡Oh, cuán negros los hastíos
de las púberes sensuales:
¡Oh, cuán largas las esperas
de los pálidos nupciales,
en los ratos aburridos de cloróticas visiones...
cuando creen que las abejas

evocadas vendrán, fieles,
a traerles, compasivas,
con sus vinos y sus mieles,
las cantáridas, nocturnas de las fuertes
obsesiones...
Voz fatal que en los gentiles
Evangelios de Afrodita,
al cenáculo vedado
de su roja mesa invita.
¡Oh, furtivas comuniones en los cultos que
revelan
el peligro imaginable
de las hostias consagradas
donde, lívidas, se ocultan
las cabezas desmayadas
de los duendes cautelosos que en la extraña
misa velan...

Neurasténica enclaustrada
cuyos lirios de pureza
ha violado sin esfuerzo
la triunfal Naturaleza:
Esa siempre parturienta, santamente dolorida.
-Fue la hora en que cayeron
deshojados los claveles,
que, al sangrar las castidades
en los tálamos crüeles,
los augurios se regaron con los filtros de la
Vida.-

Virgen mística de celda,
brasa blonda de incensario,
fiel ritual de oscurantismo,
fría imagen de santuario,
por la fe de su Locura tonsurada contra el Vicio,
que ha sentido en los insomnios

conmover su paz austera
un satánico deseo
de su sangre de soltera,
de su palma que claudica del inútil sacrificio.

Delicada sensitiva
de los cálidos antojos,
que se burla de la ausencia
de la luz de los sonrojos...
Que exaltando sus caprichos -¡los diabólicos,
los tiernos!
al Cantar de los Cantares,
siempre nuevo en sus caricias,
sabe ungir de la gloriosa
caridad de sus delicias
a las vértebras que sufren el horror de los
inviernos.
Favorita del Nirvana,
de los vinos superfinos,
espasmódica del éter,
que ilustró los pergaminos
de la nueva aristocracia del hatchís y la morfina:
Ofertorio inconfesable
de exquisita delincuencia,
generosa, sorprendente
bien gustada quintaesencia
de ilusión por el pecado de la copa clandestina...

Pubertad de conventillo
que, en su génesis, halaga
la teoría lamentable
del harapo y de la llaga,
silenciando la inconsciente repulsión a lo

maldito...
Alentadas bizarrías
de muchacha sensiblera,
que presume ingenuamente
de Manón arrabalera,
suavemente flagelada por las sedas del Delito.
Cortesana de suburbio,
que se sabe mustia y vieja
y olvidar quiere los hondos
desconsuelos de su queja,
palpitante, en su derrota, por la última aventura,
que, al cruzar los barrios bajos
en la tarde de la cita,
va creyendo ser la triste,
la Incurable Margarita
que abandona con la muerte su romántica
locura.

Torturada visión breve
del amor de una heroína
del prostíbulo y la cárcel:
Roja flor de guillotina,
que ha soñado con un novio que la finge una
azucena:
Con un blondo Nazareno
que la mueve a inevitable
santa senda arrepentida,
-de intuición insospechable-
a seguir su religiosa vocación de Magdalena.
Bella trágica historiada,
Salomé del histerismo,
portadora de extrañezas,
del país del exotismo,

iniciada en el secreto de las cláusulas suicidas,
que, en sus largas devociones
por las fiestas misteriosas,
por las torpes confidencias
y las pautas tenebrosas,
comulgó con los maestros de las músicas
prohibidas.
¡Oh, las pascuas de las carnes
bondadosas, que florecen
por aquellas que concluyen...
por aquellas que envejecen.
¡Oh, los siete ángeles malos!¡Oh, los ángeles
propicios

al exvoto de las manos
sabiamente extenuativas,
que degüellan los palomas
de las blancas rogativas,
en las vísperas sangrientas de los negros
sacrificios!
En la noche
Vencía la sombra. Misterio, llegando,
rimaba la angustia de sus misereres,
mojando, en el suelo, los frutos de Ceres,
la Maga del germen que lucha creändo.
Muy suave, el Deseo pasaba contando
las cálidas noches de extraños placeres,
diciendo los sueños de frescas mujeres
que en torpes neurosis se fueron matando...

Su copa de sangre volcaba en las brumas
Ocaso muy triste, bordeando de heridas
el cielo, llagado de rojas espumas,
y allá, en una oscura visión de tugurio,
con voz de esperanza, cubriendo las vidas
cantaba un apóstol su bárbaro augurio...
Murria
Con un blando rezongo soñoliento
el perro se amodorra de pereza,
y por sus fauces el esplín bosteza
la plenitud de un largo aburrimiento.
En la bruma de mi hosco abatimiento,
como un ratón enorme la tristeza
me roë tenazmente la cabeza,
forjándole una cueva al desaliento.
Lleno de hastío, al mirador me asomo:
un cielo gris con pesadez de plomo
vuelca su laxitud sobre las cosas...
Y porque estoy así, fatal, envidio
y deseo las dichas bulliciosas,
las ansias de vivir... ¡Ah, qué fastidio!

Visiones del crepúsculo
Ya la tarde libra el combate postrero,
en las flechas de oro que lanza al acaso,
y se va -como un príncipe, caballero
en el rojo corcel del Ocaso-
Se ahonda el misterio de las lejanías,
misterio sombreado de tinte mortuorio,
y el barrio se puebla de las letanías
que llegan del negro, cercano velorio.
Empieza a caer la nieve... Dulcemente,
un rumor de canciones resuena
en el patio del conventillo de enfrente,
que, en ritmos alegres, oculta una pena...
Las mozas, dicen sus ansias juveniles...
-la salud se hizo canto en sus bocas,
como en una lira de cuerdas viriles
que guarda un deseo de imágenes locas:
Rayo de sol sobre la escarcha: la mustia,
de inviolable sudario en el seno,
copa repleta del vino de la angustia
que infiltra en la sangre su sabio veneno.-
Finge en arabescos la nieve que baja
como lluvia de blancos pesares,
una viejecita que hila su mortaja,
o una novia que arroja azahäres.
Sobre una cabeza inquieta, entristecida,
No la veo caer, como un beso
que absorbiese los rencores de una herida

y quedase en los bordes impreso.
Se desconsuela el barrio... Todos los males
salvajes resurgen aullando impaciencias
como presagios, que en las noches mortales
florecen las llagas de sordas dolencias...
Asómate a la ventana, hermano. Mira,
tras la niebla, espejismos extraños
de fiebres. Desde una frente que delira,
soltó la Tristeza sus búhos huraños...
Rondan sugestiones en el pensamiento,
a todas las luchas del Crimen resueltas,
y el ambiente es propicio al presentimiento
pues las bestias del mal andan sueltas.
...Me invade el miedo. Mi cerebro afiebrado
es un biógrafo horrible de cosas
fatídicas y raras de lo ignorado:
donde van a caer, silenciosas.
En la casa del tísico, que los fríos
llevaron al lecho, graznó una corneja:
la inspiradora de los cuentos sombríos
que junto a la lumbre musita la vieja...
La huerfanita, en el desván ha cesado
de gemir, y, aunque nadie la asiste,
en su glacial abandono se ha quedado
obsedada del sol, como triste
enferma que deseara un ardor eterno,
y, envuelta en su suave caliente pelliza,
tuviese en una noche cruda de invierno

un cálido sueño de tardes en Niza.
El mendicante se ha ido de la puerta...
Dice algo muy hosco su ceño fruncido,
como si algún dolor en su mano abierta
entre las limosnas hubiese caído.
El crónico del hospital, ya moribundo,
sospecha, insensible, la gran Triunfadora,
y como en neblinas ve pasar el mundo,
sonámbulo grave que aguarda la hora...
En su instante supremo la frente inclina,
como en su último adiós un bandido
que llorase al pie de la guillotina,
y se fuese después redimido.
...¿Será el miedo, hermano? ¿No oyes como
brama
el viento en la calle, tan sola y oscura?...
¡Si supieses! Anoche, junto a mi cama,
con muecas burlonas pasó la Locura.
En la sombra
Llegaba la noche con tono violento.
Llorando de miedo la tarde caía,
y, en hondas y abiertas prisiones, se oía
correr desbocados los potros del viento.
Tomaba infinito contorno sangriento
el áspero traje que todo cubría.

Misterio en un símbolo negro reía,
mostrando en su risa terrible contento.
El Mal, desataba los monstruos del Vicio.
Marchaba un apóstol hacia el sacrificio...
cantando sus grandes, sus fuertes ideales,
sus fuertes ideales cantando muy quedo...
Y, allá, amenazada por sombras fatales,
la tarde caía llorando de miedo...
Reproche musical
Si te sientas como anoche junto al piano,
a mis ruegos insensible, taciturna:
fugitiva de aquel aire wagneriano
que tu sabes. Si, cual trágica nocturna,
traes la sombra del mutismo caprichoso
de unos celos singulares y tardíos,
volveremos a rozar el enojoso
viejo tema del «porqué» de tus hastíos.
¿Ves, amada? Ya se ha oído la sombría
voz solemne del Maestro: ya ha asomado
su faz grave la orquestal Melancolía,
y el esplín contagia el alma del teclado.
Deja ¡loca! de tocar... Risueñamente,
ven y cura tus neurosis, flor de anemia,
con las risas que destilan el ardiente
rojo filtro de la música bohemia:

..........
¡La que anuncia, por las tardes alegradas
de benditas borracheras, los regresos
presentidos a las carnes asoleadas
en el pleno mediodía de los besos!
Ríe y canta; torna bueno el rostro huraño,
y, como antes, tu garganta tentadora
volcará en mi copa negra el vino extraño
de una cálida armonía pecadora.
No me digas más del Rhin... Llueven tristeza
esos cielos de leyendas wagnerianas...
y ¡qué quieres! ¡hoy yo tengo en la cabeza
más neblinas que tus músicas germanas!...
Bajo la angustia
Dijo, anoche, su canto de muerte
la canción de la tos en tu pecho,
y, al mojarse en las notas rojizas,
mostró flores de sangre el pañuelo.
-¡Pobrecitas las carnes pacientes,
consumidas por fiebres de fuego:
para ëllas las buenas, las tristes,
tiene un blanco sudario el invierno!...
...Mira: abrígate bien, hermanita,
mira, abrígate bien, yo no quiero
ver que cierre tus ojos la Bruja
de los flacos y frígidos dedos...
Hermanita ¡me viene una pena!
si te escucho gemir, que presiento

las nocturnas postreras heladas:
las temidas del árbol enfermo.
¡Si supieras!... Blandones sombríos,
me parecen tus ojos ¡tan negros!
y tu lívida faz taciturna
un fatídico heraldo de duelo.
¡Si supieras!... A ratos me asaltan
tus visiones sangrientas... No duermo
al pensar, siempre alerta el oído,
que te pasas la noche tosiendo...
Al pensar en tu vida deshecha,
cuando miro esfumarse en mi ensueño
tus nerviosos esguinces cansados,
y moverse y cruzar tu esqueleto...
¡Hermanita: hace frío; ya es hora
de los suaves calores del lecho,
pero cambia la colcha: esa blanca
me recuerda el ajuar de los muertos!
Frente a frente
Anoche, la enferma se fue de la vida,
por fin libertada de todos sus males.
Se fue sin angustias, como en un olvido,
sonriendo en sus hondos momentos finales.
Las madres del barrio, musitan plegarias,
y, ahuyentando el sueño posible, la veían
con cara de luto, mientras las solícitas
a los pobrecitos huérfanos consuelan...
La robusta moza de la otra bohardilla,

dio a luz esta tarde. Contempla gozosa
la flor de sus noches: ese diminuto
amor, amasado con carne radiosa.
El marido, alegre, parece un chiquillo
dueño del regalo que al fin le llegara,
y, en un amplio fuerte gesto, para nuevas
viriles conquistas los, brazos prepara.
...¡Inviolables Hembras! Las dos frente a frente.
Irreconciliables las dos bienhechoras:
Derramando siempre sus oscuras larvas
en el intangible vientre de las horas...
...¡Qué triste está el cielo! ¡Cómo me contagia
las últimas penas de la luz vencida!...
¡Canta, amada nuestra, la canción triunfante,
la canción eterna de la eterna vida!
De invierno
Frío y viento. Ya en la casa miserable,
tiritando se durmió la viejecita,
y en la pieza, abandonada como siempre,
gime y tose, sin alivio, la enfermita.
¡Oh, qué noche! Se me antoja ver extraños
rojos cirios en las calles solitarias...
¡con qué lúgubre sigilo van pasando
las angustias, en sus rondas silenciarias!
Madre, hermana, prima, santas compasivas

de las trágicas miserias sollozantes:
¿que será de los enfermos esta noche,
tan adusta de presagios inquietantes?
¡Oh, las vidas, condenadas en el lecho
al suplicio de las fiebres horrorosas...!
¡Pobrecitos los pulmones que no llegan
al dorado mes del sol y de las rosas!
¡Oh, la carne, que se va tan resignada
que, soñando una esperanza, ya no espera...!
¡Pobrecita la incurable que se muere
suspirando por la dulce primavera!
¡Oh, las frígidas blancuras: las mortales,
de las novias peregrinas, que en su marcha
al país de lo vedado se desposan
con los tísicos donceles de la escarcha!...
Funerales báquicos
Ayer en la taberna, tristemente,
un borracho, pontífice del vino,
decía a otro borracho impenitente,
bebiendo el primer vaso matutino:
Yo llevo en mi interior un silencioso
Genio o Poder que nunca me abandona:
Enemigo ignorado y fastidioso
que mis heridas de placer encona,
volcando el agua fuerte
del Odio y del Pesar. (Esa agua abunda

en las toscas riberas de la Muerte
y es en el riego del dolor fecunda.)
Por eso mismo tengo indefinibles
rebeldías de lucha delirante
que sólo me hacen ver los imposibles
donde cae el Esfuerzo a cada instante,
torturado y vencido
por la brutal Potencia que condena,
diariamente, al espíritu caído
a oír los soliloquios de la Pena.
Dominación fatal, conturbadora,
del gran Desconocido que me obliga
a custodiar el Mal, hora tras hora,
arrojando a la espalda la fatiga.
Y es esa tiranía la venganza
de un fatídico monstruo cuya mano
como un destino atroz siempre me alcanza.
Pero pienso que en día no lejano
-cuando caiga debajo de la mesa
para nunca jamás ya levantarme-
ese Genio que tiene mi alma presa
resolverá tal vez, por fin, dejarme.
Y entonces habré muerto. Bienvenida
la eterna amada, la Libertadora,
que al derramar el vino de la vida
de mi vaso será la defensora.
¡Del terrible licor, del más amargo,
me llegarán las gotas como besos,
y en el viaje postrer -¡tan rudo y largo!-
tendré un cordial para mis pobres huesos.
Entonces, se oirá un himno de alegría
en todos los cenáculos, viciosos,

y en el altar de la bodega fría
florecerán los pámpanos gloriosos,
¡como una exuberante
fiesta de las vendimias, festejada
con la copa risueña y desbordante
sobre el Hastío agobiador alzada!
Los viejos bebedores,
musitarán responsos doloridos,
en sus báquicos salmos gemidores,
escuchando el sermón de los vencidos;
y, taciturnos, llenos de unción, bajo
la santidad de los recuerdos fieles,
mojarán el hisopo de un andrajo
en la sangre mortal de los toneles,
para rociar mi caja
con sus tenues esencias vaporosas,
cuya embriaguez irá hasta mi mortaja
cubierta de racimos y de rosas.
Después urdiendo extraños sacrificios,
muy quedo, acaso, seguirán mi entierro
las Brujas como en Sábados de oficios;
y más tarde, por último, algún perro
lunático, burlón o visionario,
-feroz amante de las cosas bellasdesde
un negro escondrijo solitario
ladrará el epitafio a las estrellas!
FIN

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